viernes, 20 de enero de 2017

¿Dónde estamos?



“Tu me ofreces la vida con tu muerte
y esa vida sin Ti yo no la quiero;
porque lo que yo espero, y desespero,
es otra vida en la que pueda verte”
- José Bergamín -

España (incluso antes del Nacional-Catolicismo) ha sido -¿y es?- un país mayoritariamente católico. Faltaríamos a la verdad si no asumiríamos que esa Fe estaba sujeta a tradiciones supersticiosas y a sutiles sucesos milagrosos. La utilización del miedo para mandar en la gente a través de un Dios inmisericorde y fabricado a la medida de los poderosos. Las imágenes nos redimen como fuertes símbolos y dulce expresión de una Fe popular que huye del pasado, le teme al presente y tiembla ante el futuro. Una vez instalados plenamente en una consolidada Democracia y con la necesaria separación Iglesia-Estado no se observan cambios sustanciales en la manera espiritual de sentir de muchos españoles. La mayoría se declara católica pero, eso sí, poco o nada practicante (¿).  Seguimos instalados en el exhibicionismo antes que rastrear en nuestros mundos interiores. ¿De los cientos de sevillanos que acuden -trajeados y encorbatados como manda la tradición- al Corpus en Sevilla cuantos acuden regularmente a las capillas de sus Hermandades a visitar el Santísimo?  Creo recordar que mi Hermandad de Pasión puso el pasado Jueves Santo en la calle una comitiva de algo más de 1.300 hermanos. De estos, ¿cuántos acuden con frecuencia a la Capilla para rezarle a sus queridas imágenes desde el silencio y el recogimiento?  Nuestros “pastores” (salvo honrosas excepciones con el Santo Padre a la cabeza) poco hacen para que podamos sentirnos optimistas y reconfortados. Algunos se mantienen aferrados terca e inútilmente a una época obsoleta y reaccionaria ya felizmente superada.  Este pasado verano un Obispo llegó a decir que la homosexualidad era una plaga y que los cristianos teníamos que hacer frente a la misma. ¡Otra cruzada más!  ¡Dios de los cielos todavía se maneja alguno con esos desfasados y enfermizos conceptos!  La realidad es la que es y no la que nos gustaría que fuera. Acudan un domingo a la misa de doce de cualquier barriada populosa de la Ciudad y comprobarán el número de asistentes a la Santa Eucaristía. Cincuenta o sesenta personas como máximo. Sería de necios el negarlo cuando la realidad nos dice sin paliativos que la influencia de la Jerarquía Eclesiástica sobre los ciudadanos (incluyendo a los católicos) es prácticamente nula.  La Teología está guardada con llave en el cajón de la Santa Inquisición y han conseguido que ya no sepamos ni donde estamos y, lo que es peor, hacia donde proyectamos nuestra Fe.   


Juan Luis Franco – Viernes Día 20 de Enero del 2017


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