miércoles, 7 de septiembre de 2016

Luminosa mañana


Recuerdo que era una espléndida mañana del pasado mes de junio. A través de mi  terraza, abierta de par en par, me llegaba un aire fresco de tierra recién regada.  Algunos pajarillos entonaban su canto mañanero en la copa de los poco árboles que aún permanecen sin talar (el afán arboricida de nuestros políticos locales es digno de análisis psicológico). La calle estaba tranquila y un jardinero recogía en la calle una enorme manguera que todavía desprendía por su boca un hilillo de agua. Era uno de esos días veraniegos donde te levantas con una cierta bucólica felicidad y que, justo es reconocerlo, no nos viene mal de vez en cuando. Te sientes bien y eres plenamente consciente de que en no poco tiempo algo o alguien te terminará por poner de nuevo los pies en la tierra. En el ordenador sonaba la voz de Demis Roussos y todo en el día estaba por estrenarse. Hasta que no consigues llegar a ella nadie se imagina a ciertas edades lo placentero que puede resultar empezar un nuevo día. Dormir bien, levantarte sin ayuda de nadie, estando en paz con Dios y los hombres te suena a música celestial. Era lunes por más señas y sabía que en pocas horas estaría paseando por las calles de la Judería y observando de cerca a la Reina de San Nicolás. Es la tragedia del ser humano: buscar la felicidad en lo excepcional obviando los placeres cotidianos. Esta luz sevillana de luminosos amaneceres que Antonio Machado dejó plasmada en un papel encontrado después de su muerte en su raído abrigo. Esa luz que un día nos dejará huérfano de  luminosos despertares y anclados en la memoria sentimental de los que bien nos quisieron.  Las radiantes mañanitas que cantaba el rey David.





Juan Luis Franco – Miércoles Día 7 de Septiembre del 2016



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