lunes, 11 de enero de 2016

Puerta de la Carne





“Dios mío que tranquiliá
está ardiendo la cocina
y no deja de guisá”

Todos tenemos un reducto sentimental que nos ata al ayer de la infancia dorada y nos retrotrae a la ilusionada juventud. El mío para los restos de mis días siempre será la Puerta de la Carne. Un enclave urbano que se duele en sus costuras sentimentales cuando nos llega desde el Barrio de San Bernardo el Cristo de la Salud y la Virgen del Refugio y entran victoriosos por la puerta de la Judería sevillana: la Puerta de la Carne. Siempre, eternamente siempre, alcanzando su máximo esplendor cuando la Candelaria nos  llega desde los Jardines de Murillo  exhausta de aromas de flores, con el fulgor de las estrellas de la noche en su cara y luciendo un resplandeciente  azul  de eterno cielo sevillano.  Puerta antesala del barrio de los judíos donde la tolerancia se hizo verdad en una Ciudad que nunca puso pegas para amar y ser amada. Puerta de la Carne donde la Historia de Sevilla se fragua entre un Matadero y una carta bajo la manga que siempre resulta ser el “Tres de Oro”.  Una Peña bética decana de las peñas verdiblancas del mundo mundial y una forma de vivir donde el vecino es familia y el amigo un hermano.  Con un Callejón, el de Dos Hermanas, donde entraban los burros con sus angarillas para vender las cosas que la gente necesitaba para vivir. Lleva este Barrio en su ADN una extraña y armoniosa mezcla entre casas señoriales y corrales de vecinos. Uno nunca es hacia donde va sino de donde viene. Para mí la Puerta de la Carne se abre frente al Puente de San Bernardo y se cierra en la Plaza de la Alfalfa.  Paseo cada lunes por sus calles buscando al niño que un día decidió dejarme para que me hiciera hombre.  La vida enredada entre el pasado y el presente perdida por la calle del Verde que te quiero Verde. La Puerta de la Carne oliendo a pescaito frito y a taberna antigua llamando a las puertas de nuestras emociones más nobles.


Juan Luis Franco –  Lunes Día 11 de Enero del 2016

1 comentario:

José Luis dijo...

Magnífico ese barrio, que atesora esa maravilla de Santa Maria la Blanca, deseando estoy poder escaparme para verla como la han dejado ahora. Y ojalá ese olor a pescaíto y a taberna antigua nunca lo abandone. Un abrazo.