viernes, 5 de junio de 2015

Percepciones flamencas





Bailaba Eduardo Serrano “El Güito” por Soleá y el tiempo se detuvo. Fue un momento emocionante donde no importaba de donde veníamos, donde estábamos ni hacia donde pensábamos ir después. La magia del momento se impuso sobre todas las cosas y éramos plenamente conscientes de estar siendo atrapados por el Arte Jondo. Un cantaor puede hacer un mismo cante con las mismas letras cientos de veces y nunca lo hará igual. Su momento anímico o el conjuro de los aficionados que van a escucharlo lo harán siempre diferente. El Flamenco tiene un marcado equilibrio emocional extremadamente sensible. Se nutre fundamentalmente del campo de las percepciones. Resulta fundamental, a que negarlo, una buena preparación técnica y un dominio de los escenarios para que se refleje la buena condición de sus artistas.  Pero, en definitiva, todo queda al final reducido al momento donde quedan atrapados por los duendes artistas y aficionados. Racionalizar los sentimientos en cualquier orden de la vida y sus cosas es una tarea tan estéril como baladí. Buscamos en el Flamenco una cierta redención de andaluces ebrios de soles y lunas.  Ser flamenco no consiste en ir borracho dando olés por las esquinas con una camisa de lunares y una copa de manzanilla en la mano.  Ser flamenco es asumir la grandeza de este Arte universal encuadrado ya de manera permanente dentro de la mejor música de raíz. Hay que estudiarlo a fondo, macerarlo, respetarlo, escuchar con detenimiento a sus mejores intérpretes pero, sobre todo, hay que sentirlo con la pasión que desprende la nobleza del alma. Emocionarse en definitiva ante un discurso heredado de nuestros mayores y enredado en las penurias y grandezas de la Vieja Andalucía. Ser flamenco es ser distinto pero nunca distante. Bailaba Eduardo Serrano “El Güito” por Soleá y el tiempo se detuvo. Las percepciones sensoriales marcando el ritmo de las cosas.


Juan Luis Franco – Viernes Día 5 de Junio del 2015

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