martes, 30 de junio de 2015

Paréntesis veraniego





Vamos a hacer una paraita en el camino de los Toma de Horas. Ya está instalado plenamente entre nosotros el largo y cálido verano. Toca marcarnos un paréntesis veraniego para que el alma se serene en las noches estrelladas. Veranos en el recuerdo de cines al aire libre con olores a dama de noche. De besos furtivos adolescentes al amparo de las noches de luna llena. De ilusionadas colas en abarrotadas piscinas públicas. De búcaros lebrijanos de agua fresca.  De mujeres, cuando la tarde languidece, hablando de sus cosas –cosas de mujeres- sentadas en las puertas de las casas.  De tabernas con los suelos cubiertos de serrín mojado y de hombres con las camisas remangadas. De mañanas fresquitas preámbulo de sofocantes mediodías. De niños de la calle bañándose en el Río Betis al amparo y cobijo de la Madre Triana. De puestos de sandías y melones. De paseos mañaneros por los mágicos laberintos ajardinados del Alcázar sevillano. De tantas cosas perdidas en el tiempo y conservadas en la memoria sentimental. El verano era –y es- para los niños como el sol el Domingo de Ramos: una ilusionante luz de vida por gastar. Con el perceptivo permiso de Aquel que reside y atiende en San Lorenzo volveremos en septiembre. Buen verano para todos y buenas vacaciones para aquellos que aún conservan trabajo y derechos laborales. Sevilla siempre es un lujo de Ciudad incluso cuando las calores obligan a abandonarla momentáneamente. Nos vemos en septiembre. Lo decía una canción de Bobby Darin… “Cuando llegue septiembre todo será maravilloso”.  


Juan Luis Franco –  Martes Día 30 de Junio del 2015

lunes, 29 de junio de 2015

Relatos de la luna llena (3): El hambrón insaciable




El hambrón insaciable

   Dicen que cuando nació pesaba exactamente lo que debe pesar un buen jamón de Jabugo: cuatro kilos cien gramos. Se agarraba con tal fruición a la teta de su madre que esta solo conseguía a duras penas desembarazarse del insaciable succionador. Tuvo que recurrir a los amigables y solidarios servicios de una vecina (recién parida también)  para poder saciar la pertinaz hambre de un comilón al que pusieron de nombre Feliciano. Pasó por la niñez entre bocadillos de salchichón y mortadela, tajadas de melón y sandía, dulces de todo tipo y cuchareos compulsivos de comidas variopintas y, dicho sea de paso, excelentemente cocinadas por su santa madre. Lo que llamaba poderosamente la atención de la gente era que el niño Feliciano a pesar de su insaciable apetito crecía y se mantenía tan delgado y fibroso como un leopardo africano. Su padre tenía que trabajar bastante duro para mantener a sus cuatro hijos y, por si esto fuera poco, uno de ellos un incombustible comilón llamado Feliciano. Su madre pasaba tanto tiempo en la cocina que hasta en ocasiones se quedaba dormida cocinando. Feliciano en su adolescencia tuvo una duda existencial de cara a su futuro profesional. Entrar en la Guardia Civil y aplicarse el “Todo por la Patria” o mejor hacerlo en la Escuela de Hostelería sevillana y acudir al “Todo por las Pasta (y los fideos gordos)”. Feliciano se dejó guiar por sus primitivos instintos y empezó a formarse entre fogones, cocimientos y salsas de diversas texturas. Tenía claro desde niño que su vida y la comida siempre caminarían inseparablemente cogidas de la mano.  Era incapaz de no probar todo cuanto cocinaba y no tardó en destacar en sus habilidades culinarias ante el resto de sus compañeros. Fue el número uno de su promoción y, a pesar de su juventud, no fueron pocos los restaurantes que querían contratarlo. Al final, y a modo de paréntesis hasta poder establecerse por su cuenta, se decidió por gestionar la cocina de un afamado hotel del Aljarafe sevillano.

  El eterno dilema de si vivir para comer o comer para vivir lo resolvió Feliciano desde su más tierna infancia: la comida por encima (y por debajo) de todo. Hizo la mili en el Cuerpo de Regulares de Melilla y, como era  previsible, llevó la gestión de la cocina del cuartel con la plena satisfacción del mando y la tropa (hubo algún que otro soldado que pidió si le podían aplazar el licenciarse algunos meses más).  A su vuelta de tierras melillenses consiguió dos cosas para él fundamentales: montar su propio negocio (un mesón) y “echarse” por novia a Maribel una de las mejores amigas de su hermana.

   A partir de entonces ya su vida estuvo íntimamente ligada a la cocina. Por su mesón pasaban todo tipo de gente y lo mismo daba de comer a los comensales de una boda que a tres políticos y dos empresarios para que hicieran sus “negocios” (sucios para los demás y rentables para ellos). Él, mientras tanto, llenaba su casa de vástagos y su tripa de los alimentos más diversos. Eso si, de manera sorprendente mantenía la misma talla de camisa y pantalón desde hacia no menos de veinte años. Llegó incluso a figurar en el “Libro Guinness de los récords”. El motivo era haber conseguido comerse dos docenas y media de croquetas caseras (residuo glorioso de un no menos glorioso puchero) durante la retrasmisión televisiva de un Sevilla- Atlético de Madrid.


   Un día, en un arrebato de sinceridad, se planteó abiertamente en una entrevista televisiva de que más que preocuparle el “más allá” le preocupaba la incertidumbre de que “allí” no hubiera comida. Decía que una gloria sin alimentos aparte de aburrida sería una gloria descafeinada. Le tranquilizaba, eso si, que en no pocas obras de arte de la cristiandad aparecían los angelitos rollizos y bien alimentados. “Nadie puede estar así pasando hambre” se decía para sus adentros. Con los años ha conseguido prosperar entre sus fogones y hoy es un cocinero de reconocido prestigio y un empresario hostelero de bastante éxito. Nunca, absolutamente nunca, dejó de admitir que su verdadera pasión no es la de cocinar sino la de comer lo que otros cocinan. Figura en la “Guía Michelín” como uno de los grandes “profetas” de la comida casera española donde el nitrógeno ni está ni se le espera. Hombre sensible, comilón y solidario donde los haya ahora anda embarcado en una odisea que le despierta grandes ilusiones. Quiere instituir dentro del gremio de cocineros españoles –desde el más famoso al más humilde- una especie de ONG llamada “Comida para todos”. Un día al mes se cerrarían todos los establecimientos y los cocineros emplearían su tiempo en cocinar  sus viandas para dárselas a los más desfavorecidos por la fortuna y victimas de las “políticas sociales” de no pocos políticos. Se instalarían unas largas mesas en los polideportivos de cada pueblo o ciudad y unas furgonetas contratadas al efecto llevarían hasta allí las comidas recién hechas. Cada plato llevaría una escueta nota con los ingredientes utilizados y el autor (cocinero) del mismo.

   Feliciano es feliz comiendo y le gustaría que los demás también lo fueran degustando las comidas que prepara. Lejos quedan ya los días de su primera infancia donde compartía la teta de su madre con la de la vecina. Para Feliciano  la vida ha sido una larga sucesión de acontecimientos ocurridos entre albóndigas con tomate y pavías de bacalao. Nunca, a pesar de su fama y fortuna, cambió el mandil por la corbata ni la cocina por el despacho. Necesita oler de primera mano el mágico efluvio de los guisos recién hechos y el ruido de la comida cuando cuidadosamente se deposita en el plato. Acaba de estrenarse como abuelo y es feliz por partida doble al enterarse que su nieto se queda dormido con la teta de la madre en la boca. Dice que cuando se muera, y después del funeral, le gustaría que todos se fueran a comer a uno de sus restaurantes. Que dejen una silla vacía con los cubiertos, las copas, el plato y la servilleta en perfecto estado de revista. Apoyado sobre la copa del vino una nota color salmón que dijera: “Buen provecho a todos y, si Dios me lo permite, espero seguir cocinando y comiendo allá donde me encuentre”. Un hambrón insaciable lleno de luz y de vitaminas. Un mago de los fogones siempre presto a coger la cuchara y el tenedor.  Un verso suelto entre los pucheros de Santa Teresa.



Juan Luis Franco – Lunes Día 29 de Junio del 2015

domingo, 28 de junio de 2015

Trompetas de Jericó







Clamaron a los vientos de levante
y se preguntaron a viva voz:
¿Donde, donde hay un hombre decente?
Solo obtuvieron la callada por respuesta.

Los folios en los juzgados eran montañas
de ignominia apilados en los rincones.
Mientras los niños golpean sus cucharas
en los platos vacíos  ellos se muestran
unos a otros sus relojes de pulsera.

La lluvia rebotaba por las aceras
como si fueran lágrimas de rebeldía.
Querían cubrirse sus desnudas cabezas
     y solo encontraron
un sombrero de tres picos y…una pala.

Sonaron las Trompetas de Jericó
y un niño inquieto apoyó su blanca
mano en la barandilla  de su cuna.

   “Duérmete cielito mío
     que tu madre trae estrellas
     y luna de acero frío”.

Clamaron a los vientos de levante
y se preguntaron a viva voz:
¿Donde, donde hay un hombre decente?
Solo obtuvieron la callada por respuesta.


Juan Luis Franco – Domingo Día 28 de Junio del 2015

viernes, 26 de junio de 2015

Triángulo de la bermuda





Sinceramente, existen situaciones que no solo reclaman mi atención sino que consiguen convencerme de que la manera que tienen de relacionarse las personas no conoce límites ni fronteras. Joaquín es un vecino de esta Barriada donde paso los días y, fundamentalmente, las noches.  Le tengo aprecio por ser un hombre cabal en un mundo de falsos figurones.  Soy plenamente consciente de que me aprecia y valora considerablemente (posiblemente en exceso) y lo conozco desde hace no menos de treinta años.  Debe rondar los setenta y cinco años de edad y su estado físico y mental es un canto a la excelencia. Casado con Dolorcita que, si acaso, mejora en el ranking de buenas personas al bueno de Joaquín. Tienen dos hijos trabajando en Barcelona y con cierta frecuencia se marchan unos días a la Ciudad Condal para ver a sus nietos. Comparten casi todo con una vecina llamada Mercedita a la que consideran como de su propia familia.  Esta mujer que, dicho sea de paso, está todavía de muy buen ver enviudó hace cosa de diez años. No tiene hijos y se agarra sentimentalmente a la proa y a la popa que cariñosamente les ofrecen sus vecinos Joaquín y Dolorcita. Verlos juntos a los tres ya forma parte de la cotidianidad de la Barriada. A Dolorcita le da mucha pena la soledad que padece Mercedita y el matrimonio les cubre todas sus necesidades afectivas (en estas se incluye el que Joaquín, con la aprobación de su santa esposa, le pase de vez en cuando la ITV a la buena -en todos los sentidos dicho sea de paso- de Mercedita).  Han formado un triángulo sentimental donde todo queda supeditado a la verdad de los afectos verdaderos. Joaquín tiene a dos mujeres pendientes de él y les corresponde cuidándolas y queriéndolas (lo cantaba magistralmente Antonio Machín: “Ahora puedes tú saber como se pueden querer dos mujeres a la vez y no estar loco”). A primeros de cada mes de junio se marchan los tres a disfrutar de un pisito que tienen en Chipiona y ya no retornan a Sevilla hasta después de la salida de la Virgen de Regla.  Dejan a los criticones de la Barriada sin distracción y pasean en el verano por la tierra de Rocío Jurado su triangulo sentimental. El Triángulo de la bermuda.  La misma floreada que se pone Joaquín para bajar a la playa chipionera cada mañana con sus dos mujeres.  Uno, dos y tres como los tres mosqueteros. Todas para uno y uno para todas. ¿Quién dijo que no existen parejas de tres?  Son felices y, a que dudarlo, pocas cosas dan más sentido a la existencia humana.  Joaquín, Dolorcita y Mercedita: el Triángulo de la bermuda.


Juan Luis Franco – Viernes Día 26 de Junio del 2015

miércoles, 24 de junio de 2015

Noche de hogueras





Hoy es veinticuatro de junio. Hoy es el Día de San Juan y, por extensión, de noches flamígeras que nos susurran viejas leyendas y nos recuerdan amores playeros nocturnos tan efímeros como las hogueras. Ayer lo cantaba y hoy lo canta (afortunadamente y por muchos años)  magistralmente Joan Manuel Serrat: “En la noche de San Juan / como comparten su pan / su mujer y su galán / gente de cien mil raleas”. Principalmente en Alicante y Barcelona celebran esta noche como si Dios necesitara un extra de luz y resplandor para ver que está pasando aquí abajo.  No nos engañemos: si se le sustraen a los pueblos sus ritos y tradiciones más nobles los dejamos con el alma desnuda. Es imposible vislumbrar la cultura mediterránea sin que aparezcan sus dos elementos fundamentales: agua y fuego.  Nosotros, los hijos perdidos de Luis Cernuda,  más que de hogueras somos de susurros y candelas.  Buscamos inútilmente huir del vocerío banal que nos invade entre las páginas muertas de los libros y las lentas llamas de las velas que terminan apagando los ruidosos cohetes.  Debíamos tener nuestra particular Noche de San Juan donde, de manera sincronizada, todos y todas nos asomáramos a ventanas y balcones vociferando a pleno pulmón a los planetas de compases ternarios. Nuestro nuevo Alcalde se llama Juan y ahora nos toca saber contra quien –o quienes- utilizará las Espadas del  Consistorio sevillano.  Pongan un Juan en sus vidas y seguro que no se arrepentirán. Somos por lo general buena gente y nunca abandonamos en su dolor a las Vírgenes sevillanas. A los españoles no nos fue nada mal con un Juan que hoy anda apoyándose en un bastón y del que casi nadie se acuerda. Esta es  una noche donde se pretende que el humo de las hogueras purifique el enrarecido y fétido aire que dejan a su paso las aves de mal agüero.  Este país a lo largo de su Historia siempre necesito el fuego: unas veces para quemar a los librepensadores y otras para beber y danzar en su entorno.  Como canta Serrat “Gloria a Dios en las alturas / recogieron la basura de mi calle ayer a oscuras / y hoy sembradas de bombillas”.  Noche de hogueras. Noche de San Juan.



Juan Luis Franco – Miércoles Día 24 de Junio del 2015