miércoles, 25 de febrero de 2015

El precio de la fama





Sinceramente creo que la fama es una compañera de viaje unas veces deseada y buscada y otra como consecuencia del devenir de las cosas. En cualquier actividad ser famoso no siempre lleva implícito un halo de bondad y talento productivo.  Artística, cultural o políticamente pasar del anonimato a la fama debe ser algo turbador pero, dada la incuestionable vanidad de los humanos, también bastante placentero. Más difícil de digerir será para alguien que llevando tiempo subido al carro de la fama lo apeen para devolverlo al anonimato del cual procedía. Que un escritor sea famoso por la venta de sus libros; un actor por el éxito de sus películas; un cantante por sus canciones o un político por su arraigo popular entre la gente no deja de ser algo digno de encomio. Distinta cuestión resulta cuando cada uno en su actividad cree que la fidelidad de los lectores, espectadores o votantes será eterna. Nada es para siempre incluyendo a la propia existencia humana. Los sentimientos y comportamientos de las personas son cambiantes como los días del calendario. Pensar que se puede establecer una relación con las mismas sin que el paso del tiempo provoque una cierta sensación de deterioro es ilusorio. La fama cuando es positiva acarrea dinero y honores y cuando es negativa termina con algunos famosos entre rejas. Siempre, eso si, pagan un alto precio por su fama: el deterioro y sustracción de sus vidas privadas. Todos tenemos un cierto morbo por desentrañar como será realmente en la intimidad la vida de tal o cual personaje. Unas veces sacarán a la luz sus miserias humanas y otras simplemente se las inventarán. Biografías autorizadas (es decir hagiografías) o aquellas que no lo son tanto y que, en no pocas ocasiones, acaban con el mito y recuperan al hombre o la mujer con sus grandezas y flaquezas. Por mi peculiar forma de entender la vida desde la placidez del anonimato mal hubiera digerido en mi caso eso que se llama la fama.  Recuerdo hace unos años un programa de la televisión local con el que colaboré junto a José Manuel Holgado Brenes. Estaba magníficamente dirigido, producido y presentado por Ángel Vela (se llamaba “De Calle” y creo firmemente que es de lo mejorcito que se ha realizado en una televisión local).  Estaba convencido de que aquello no lo verían más que un grupo de familiares y amigos. Craso error. Entrabas en un bar o en cualquier otro establecimiento y siempre te decía alguien…”Ayer lo vi a usted en la tele”.  Después te decían, cosa digna de agradecer, que el citado programa era muy interesante y que lo hacíamos bastante bien. Aquello te producía (al menos a mí) una doble sensación: la vanidad de ser reconocido y la jodienda de tener que compartir con gente desconocida un rato de charla y café. Aquello me daba que pensar como sería la vida cotidiana de la gente famosa de verdad. No poder asistir tranquilamente a una función de cine o ir al teatro; tomarse un café o una cerveza sin tener que firmar autógrafos o simplemente pasear por la calle sin ser reconocido y molestado. Posiblemente todo consista en asumir a través del conocimiento humano que al final las cosas siempre resultarán efímeras. Gestionar en positivo la fama sin llegar  a considerarse el “Rey del Universo”. Todo en la vida tiene un precio y la fama no podía ser una excepción.

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