domingo, 8 de febrero de 2015

El cierre de la cancela





“Todos moriremos dos veces:
la primera al dejar de respirar;
la segunda, y definitiva, cuando
fallezca la última persona que
sentía afecto por nosotros.
Entonces, definitivamente,
se cerrará la cancela”.


Me da una cierta sensación de vértigo observar con la velocidad que pasan los días. Como el que no quiere la cosa ya estamos inmersos en los primeros días de “febrerillo el loco”.  La vida pasa en un suspiro y solo te queda la grata sensación de haber intentado al menos aprovecharla en positivo.  El ciclo natural de la existencia humana es nacer, crecer, madurar, envejecer, enfermar y morir.  Cuando ese ciclo se altera en su orden cronológico todo queda seriamente trastornado. Ya las cosas nunca volverán a ser igual: ni para el que se va ni para los que se quedan. Cuando una vida todavía por gastarse queda interrumpida bruscamente la zozobra se queda atada a la eterna duda existencial.  Nadie puede estar nunca preparado para según que cosas. Alguien dijo, y dijo bien, que cumplir años es sumar perdidas irreparables (¿existe alguna que no lo sea?).  Te encuentras a gente conocida que de manera permanente te van comunicando malas nuevas.  Abres el ordenador y rara es la semana que en las ediciones digitales de la prensa no venga alguna nueva baja en la batalla de la vida. Gente que significaron mucho para ti en lo sentimental, cultural, artístico o social y que se han subido para siempre en la barca de los que nunca retornan. Nuestra cultura siempre ha preferido las llegadas a las partidas. Sabemos que es ley de vida que un día exhalemos nuestro último aliento pero con las cosas del morir no se juega.  Noviembre es un mes triste en Sevilla pues lleva prendido con alamares la pena por los ausentes. Las dolorosas sevillanas se visten este mes de luto para recordarnos que no existe mayor pena que la de las madres.  Sevilla es un carrusel donde se mueven a compás todos los ciclos de la vida.  Nada escapa a su matemática precisión sentimental.  Que no sepamos o no queramos verlo forma parte de nuestro ancestral pasotismo. ¿Cómo se puede explicar racionalmente que nuestra Semana Mayor siendo de Pasión y Muerte sea una fiesta para los sentidos: puro gozo?  Sevilla nunca deja que nada ni nadie se muera del todo y el Hijo de Dios no podía ser una excepción.  Vean las pinturas de Valdés Leal en el Hospital de la Caridad y luego vayan a la Capilla de los Estudiantes y vean el rostro del Cristo de la Buena Muerte. ¿Con que muerte nos quedamos? ¿Con la humana y demoledora que nos presenta la pintura de Valdés Leal o con la dulce y conciliadora del Cristo de Juan de Mesa?  Todo se reduce a la esperanza de que la cancela no se nos cierre definitivamente. Creer en la existencia del más allá para que ¡por fin! cobre sentido el mas acá.  La cancela y, lo más importante, el depositario de la llave.

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