viernes, 12 de diciembre de 2014

La cueva ordenada



Por entre los altavoces del ordenador suena la mágica y susurrante voz de Bryan Ferry. Canta “The Way You Look Tonight”. Era uno de esos sábados donde las cosas se armonizan por si solas para que el sosiego campe a sus anchas. Por la mañana fui al Hospital Virgen del Rocío a visitar a un amigo que operaron hace unos días.  Me llevo la agradable sorpresa de que ya está de vuelta en su casa.  Viaje perdido y alegría ganada. Para aprovechar la mañana me doy una vuelta por el Centro de la Ciudad y voy a visitar al Señor de Pasión y a la Virgen de la Merced. Por una serie de circunstancias hacia días que no los visitaba y, no se a Ellos, pero a mí este encuentro me resulta de los más placentero y gratificante. Observo con satisfacción que las céntricas calles están muy animadas y que no pocos viandantes portan bolsas (signo inequívoco de haber comprado algo). A mediodía degusto un par de copas de oloroso en “La Mina” y me vuelvo en el bus para mi cueva. Para los “hijos del pan con aceite y azúcar” entrar en tu casa y comprobar que hay alegría en el frigorífico y en la bodega es motivo de plena satisfacción. Todo está dispuesto y presto para el deleite de los sentidos: mis películas, mi música y mis libros. Una serie de aparatos reproductores y un ordenador que, a través de Internet, me conecta con el mundo y sus circunstancias. Esta tarde he terminado de releer “El Peregrino Secreto” de John le Carré que no hace más que confirmarme que estamos ante el mejor escritor del mundo en temas de espionaje. Pura delicia narrativa para los sentidos. Insisto, sin ningún motivo aparente, es de esos sábados que parece como si la felicidad llamase a tu puerta para quedarse (afortunadamente no televisan al Betis pues seguro que me jodería la tarde).  Creo sinceramente que cuando las cosas están ordenadas (incluyendo los sentimientos) los momentos de felicidad brotan por si solos. Cada cosa en su sitio y cada sitio en su cosa. Una canción, una copa de vino, un libro, un beso perdido en el aire y un corazón que todavía palpita y siente.  Canta  Bryan Ferry en el ordenador y un gorrioncillo se para en la barandilla de mi terraza para escucharlo.  La Cueva está en paz y ordenada. Marchando una dosis de felicidad que, en la actualidad, falta nos hace.

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