jueves, 27 de noviembre de 2014

Tiempo de introspección



Estamos ya inmersos en el tiempo de la introspección o lo que es lo mismo: tiempo de adentrarse en los laberintos del alma.  Las inclemencias del tiempo posibilitan que, cuando avanzan los atardeceres, estemos en la calle el tiempo justo de refugiarnos en el hogar, dulce hogar.  Noviembre se nos escapa de las manos y ya nos pide paso el mes que cierra y abre los ciclos de la vida.  En la memoria sentimental esas tardes-noches de mesa-camilla de antaño. Todos alrededor de la lumbre y todos sintiéndonos participes activos de una familia.  Ver llover a través de los cristales, o verlos borrosos por el vaho del frío, mientras lees un buen libro arropado con la ropa camilla es un placer de dioses. Sobre la mesa una caja de pestiños y una jarra de agua con su correspondiente vaso. Al fondo, desde el ordenador, un leve murmullo de sones de música clásica. El reloj de salón marcando con su tic-tac el paso de los momentos que ya nunca volverán.  La gata dormitando a tu lado soñando con los ratones de la azotea. El alma se serena y manda el temple sobre la vida y sus circunstancias.  Leo en sus páginas finales la última novela de Javier Marías (“Así empieza lo malo” - Alfaguara) y es de esas lecturas que te gustaría que fueran eternas.  Cada página es un ejercicio sublime de buena Literatura y como lector disfruto ante tal derroche de exquisita estilística. ¡Que manera de escribir!  Es de esas tarde otoñales que lo peor que tienen es que terminan cuando empiezan los informativos.  Uno quisiera en esos momentos atrapar el tiempo y recordar de donde viene, donde está y hacia donde dirige sus pasos.  Es el tiempo de introspección que actúa como un antídoto natural para paliar los males de una sociedad convulsa, mercenaria, embustera y tremendamente injusta.  Buscamos los tesoros navegando a toda vela por los mares del sur sin antes mirar si tenemos alguno en la bodega de nuestro barco. La gata, mi gata, levanta la cabeza presagiando que la magia  pronto desaparecerá de nuestro entorno.  Cierro el libro y tomo el mando a distancia para que, una vez más, al encenderse el televisor  ponga distancia entre las verdades y las mentiras. La barbarie humana servida a la carta. Confío y espero que mañana pueda repetir mi encuentro con el tiempo de la introspección.  No existe nada equiparable a una buena ración de sosiego en una tarde-noche otoñal sevillana.  La vida es como una vela que se apaga lentamente. Mientras tenga luz habrá esperanza.  Como cantaba Serrat…”se va la tarde y me deja la queja que mañana será vieja de una balada de otoño”.


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