miércoles, 29 de octubre de 2014

Veinte canciones desesperadas y un poema de amor



Hoy, en este país de nuestros amores y desvelos, la mayoría de las personas viven enredadas en la incertidumbre. Unas por su presente, otras por su futuro y otras por su pasado. Vivimos instalados en una gran farsa donde nada es lo que parece y ninguno de los que mandan dice lo que verdaderamente siente y piensa. Millones de trabajadores buscan recuperar un puesto de trabajo o no logran encontrar el primero. Los derechos sociales y laborales conseguidos con sangre, cárcel, exilio, sudor y lágrimas han pasado a mejor vida. La corrupción campa por sus anchas por esta piel de toro donde todo es susceptible de ser comprado o vendido. Se van los mejores y se quedan atrincherados los “trepa” que han sido previamente domesticados.  Roban y roban y vuelven a robar plenamente conscientes de que ninguno se pudrirá en la cárcel.  Estar informado en la actualidad es un canto al desosiego y a la indignación.  Miramos al horizonte buscando la claridad de la que ahora carecen nuestras vidas. Parece como si Dios estuviera agazapado esperando la llegada de tiempos mejores. Veinte canciones desesperadas y un poema de amor. Suenan a los lejos las trompetas de Jericó y los “Cuatro jinetes del Apocalipsis” relinchan inquietos en sus cuadras. Dicen que esta noche va a llover que tiene cerco la luna.  Por entre los olivares  los galgos huyen de los podencos y estos lo hacen de los cazadores. Vivimos instalados en una permanente huida.  El cielo barrunto tormenta y ya pocos dudan que vaya a llover a cántaro.  Los niños miran asustados a sus madres y estas miran nerviosas por las ventanas.  Los hombres buscan la senda por donde transita la verdad y la decencia.  Los viejos narran cuentos del ayer al calor de la lumbre hogareña. Parece que va a llover el cielo se está nublando y las cigüeñas de los campanarios esconden el pico entre sus alas.  Suenan las campanas de la catedral y yo sin zapatos me voy a casar.  Los gatos maúllan asustados por entre los tejados del alma. Las velas se extinguen lentamente en la Iglesia de San Bartolomé bajo los acordes de un salmo judío.  Un niño en Palestina se cuenta los brazos y solo le sale uno.  Nos volvieron a engañar una vez más y ahora ya no creemos ni en nosotros mismos.  Al enemigo, si acaso, démosle por caridad un poco de agua.  En la Iglesia de la Escuela de Cristo se escuchan cantos gregorianos en la misa dominical de las diez y media. Quieren que contemos tan solo hasta cinco utilizando las dos manos. Han puesto de moda la palabra regeneración. Veinte canciones desesperadas y un poema de amor.

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