domingo, 5 de octubre de 2014

¿Hay alguien ahí arriba?



“Me parecería una autentica falta
de cortesía que Dios no existiera”
- Ana María Matute –

Existen sobrados motivos para no dudar de que la fe mueva montañas pero: ¿quién crea las montañas y las mueve hacia la fe?  ¿Quizás Mahoma?  La experiencia me ha demostrado que existen múltiples maneras de ser creyente (es decir: tener la fe necesaria para poder traspasar la barrera de lo efímero y superar lo estrictamente racional). Unos encaran su fe desde la superstición milagrarera. Otros desde el fundamentalismo más irracional.  Muchos como una especie de Póliza de Seguros que mediante una cuota de rezos, misas, velas, estaciones penitenciales y donativos quedarán –ellos y sus familias- salvaguardados de cualquier atisbo de tragedia o desamparo.  Otros, y posiblemente los menos, la encaran  desde una perspectiva integral. Combinando armoniosamente continente y contenido. Uniendo el fondo con la forma. Alfa y Omega. Reflexión intelectual y comportamiento ético. Compromiso cristiano plasmado en una manera de comportarse en la vida. Cada cosa en su sitio y cada sitio en su cosa declarando como prioridad fundamental colocar al ser humano enmarañado en su libre albedrío.  Es como si Dios nos dijera: “Ahí tienes dos caminos. Uno el de la bondad y el otro el de la perversión. Tú verás cual escoges y atente a las consecuencias”.  Evidentemente tan solo con la fe no puede garantizarse ser una buena persona.  Dios se nos muestra amable en el rocío mañanero que refresca los pétalos de las flores pero también desairado en los tsunamis que arrasan pueblos enteros.  Dichoso ante la angelical sonrisa de un niño y cabizbajo ante el desamparo de un anciano en la soledad del cuarto de una Residencia.  Pasa suavemente su mano sobre los mares para que olas besen las orillas de las playas y golpea furioso con el tridente de Neptuno para que recen los marineros ante el naufragio. ¿No argumentamos que Dios está en todas partes?  Pues no intentemos solamente asignarle lo bueno.  Nos hizo complejos por nuestra propia naturaleza y su divinidad siempre será el último bastión donde agarrarse. A pesar de que nos criaron con esa cantinela a Dios no se le teme: se le quiere, se le venera y se le respeta. ¿Temer a un Padre?   Estoy seguro que en numerosas ocasiones no debe sentirse muy satisfecho del compartimiento de algunos “pastores” y de no pocos fieles de su Iglesia.  Hoy, cuando la vida se nos muestra más esquiva y compleja, es cuando la fe cobra una importancia fundamental.  Creer o no creer he ahí la cuestión.

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