viernes, 6 de junio de 2014

Relatos candelarios (II)





Era una tórrida mañana del pasado verano. La calle ardía por todas sus esquinas.  Entro en San Nicolás y compruebo que se encuentra sin más presencia humana que una señora que permanece extasiada frente a la pila bautismal. Me paro un momento en la Capilla Sacramental para darles los buenos días al Señor de la Salud y a la Virgen de la Candelaria. Miro por el rabillo del ojo si todavía permanece aquella señora frente a la pila bautismal y efectivamente allí continua impasible. La tenue oscuridad de la Iglesia proporciona una agradable sensación de frescor y la soledad compartida con aquella desconocida dama me resultaba placentera. Tenía la sensación de conocerla de algo pero no acertaba a comprender ni de donde ni de cuando. A ciertas edades te sueles equivocar saludando a personas que no conoces de nada y negándoles, por despistado, el saludo a otras que si deberían resultarte familiares. La observo desplazarse hacia el fondo de la Iglesia y en un ejercicio malsano de curiosidad no me resisto a acercarme a su encuentro. De manera solapada coincidimos en el rincón donde está situada la Capilla de la Virgen de los Dolores. Al tenerla tan cerca aumenta la certidumbre de que creo conocer a esta enigmática dama.  Debía rondar los ochenta años largos de edad y su porte era un claro ejemplo de que quien tuvo retuvo.  Me miró de soslayo y observé que en su marchito pero todavía hermoso rostro se esbozaba una pequeña sonrisa.  Me dijo mirándome a los ojos…”Yo te conozco pero estoy segura de que tú a mi no”.  Le contesté lo típico en estos casos…”La verdad es que ahora no caigo”.  Se roza levemente con un dedo la comisura de los labios y continúa diciéndome…. ”Tú eres Juan Luis el hijo de Encarna y sobrino de Carmela Franco. Yo te tuve en mis brazos mientras te bautizaban en la pila bautismal de San Nicolás”.  Prosigue y me comenta…”Yo trabajaba de aprendiza en el taller de bordados que tenía tu tía Conchita (Concepción Fernández del Toro) en el Salvador y dentro de las dependencias de la Hermandad del Amor. Era muy amiga de tu tía Carmela y me invitaron a tu bautizo. Sostuve tu cabeza mientras llorabas compungido al contacto de la fría agua bautismal.  Seguí frecuentando a tu tía Carmela hasta su muerte y me mostraba fotos tuyas para que viera en que se había convertido aquel “renacuajo” llorón. Cuando te he visto entrar sabía que la Candelaria había propiciado que volviera a verte antes de finiquitar mi existencia”.  Me quedé atónito y, emocionado, le estampé un par de besos que no se a ella  pero a mí me supieron a gloria. Nos despedimos con la emoción que nace de lo verdaderamente sentimental. Me dijo que vivía con su hija y sus tres nietos en Puente Genil y que venía a Sevilla cada vez más de tarde en tarde. No la he vuelto a ver desde aquel día y, de manera instintiva, cada vez que entro en San Nicolás dirijo mi mirada antes que nada a la pila bautismal. Quienes crean que esto es una fantasía literaria harán bien; quienes crean que ocurrió tal y como lo cuento harán todavía mejor.

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