miércoles, 18 de junio de 2014

Amigos para siempre




“Lo malo no es que los sevillanos piensen
que tienen la ciudad más bonita del mundo…
lo peor es que puede que tengan hasta razón”
- Antonio Gala -

Conozco casos de algunos foráneos de la Ciudad que aparte de ser asiduos visitantes de la misma son sus mayores valedores. Gente que en algunos casos llegaron hace años a Sevilla por pura casualidad. Algunos tenían programadas sus vacaciones hacia otras opciones pero al fallarles estas optaron por arribar a Sevilla a ver que pasaba. Y lo que les pasó es que quedaron embrujados y amorosamente abducidos para siempre. Conozco casos como el de un millonario colombiano que necesita (según sus propias palabras) venir a nuestra Ciudad al menos una vez al mes. O un famoso Director de orquesta francés que cuando su agenda se lo permite ya lo tenemos instalado con su esposa (va por la tercera) en el Hotel Colón. Huelga decir que escritores de la talla de Caballero Bonald, Antonio Gala, Antonio Muñoz Molina o Arturo Pérez Reverte (solo se critica aquello que de verdad nos importa) aman profundamente Sevilla y en ella tienen grandes amigos.  Son nuestros mejores mensajeros allende nuestras fronteras y se conocen cada rincón de la Ciudad mejor que muchos sevillanos de cartón piedra. José Blas Vega, el mayor investigador de toda la Historia del Flamenco y cuya perdida se nos presenta como absolutamente irreparable, amaba profundamente Sevilla y cuando la visitaba que solía ser con frecuencia me enseñaba rincones que yo mismo desconocía.  Esta Ciudad enamora desde la belleza más sublime y  tiene a su gente como los mejores valedores de la misma. Aquí nunca se le pidió su origen a nadie que llegara de verdad  y mucho menos sus señas de identidad. Tan solo sobran los figurones –nativos o foráneos- que pretenden que sea Sevilla quien se mire en sus espejos y no al revés.  Los hijos adoptivos de la Ciudad se nos presentan como nuestro mejor aval sentimental. Representan cuanto Sevilla quisiera que representaran muchos de sus hijos naturales. Los mismos que se pierden en los falsos laberintos de la vanidad y el ensimismamiento. Estos visitantes perdidamente enamorados de la Ciudad siempre serán nuestros amigos para siempre. Llegaron para dejar entre nosotros sus ilusiones viajeras.

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