lunes, 7 de abril de 2014

El vértigo de la inmediatez





¡Y esos niños en hilera
llevando el sol de la tarde
en sus velitas de cera!
- Antonio Machado –
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Una semana más bien cortita y empezará de nuevo lo que nunca se nos termina de acabar: el paraíso recuperado y soñado de la niñez. Puede que a esta Ciudad sumida en la desesperanza social solo le quede ya una Semana al año para seguir soñando despierta. Siete días esperanzadores donde todo resulta noble, verdadero y deslumbrante. Es el momento ineludible de que la Ciudad se articule con la fe, las tradiciones, lo corporativo y la belleza. Todo entrelazado amorosamente y expuesto sin tapujos en el Gran Teatro del mundo que es Sevilla en estas fechas. Dios se hace Hombre en el dolor solidario y su Madre se hace llanto en la belleza más extrema. Todo armoniosamente mostrado en un mágico escenario configurado en las calles y plazoletas de Sevilla. Los olores, los sabores y lo visualmente hermoso como paradigma de que los ciclos siempre son susceptibles de comenzar de nuevo. Cada sevillano, incluyendo a los más descreídos, tienen un lazo sentimental que los une de por vida con la Semana Santa (la suya, que siempre será personal e intransferible).  La mía siempre estará unida al deslumbrante y majestuoso paso de la Candelaria por la Alfalfa; al Cristo de las Misericordias deambulando por la Plaza de la Alianza; al Señor de Sevilla por la de Molviedro; al Cristo de la Salud de San Bernardo cruzando la Puerta de la Carne; al Cachorro por el Puente y, de manera definitiva, mi discurrir revestido de ruán detrás del Señor de Pasión por la calle Francos. En la Navidad los muertos vienen a visitarnos atados a las nostalgia de las silla vacías. En Semana Santa somos nosotros los que los visitamos a ellos para recordarlos en el esplendor y el gozo callejero. La vida sevillana es compleja y contradictoria por su propia naturaleza. Nace en Diciembre el Hijo de Dios y el entorno más íntimo y cercano nos invita a la pena por los ausentes.  Mientras, en Abril, se nos muere el Mesías y celebramos su transito de la vida terrenal a la vida eterna con sabores de torrijas, ecos de saetas escalofriantes, soniquetes de cornetas y tambores y momentos de gozos compartidos. Pero, ¿quién fue nunca capaz de racionalizar los sentimientos más nobles y verdaderos? Cada momento que pase a partir de ahora notaremos más cercano el vértigo de la inmediatez.  Toca tomar la calle en nuestro nombre y en el de aquellos que ya no pueden hacerlo. Un día, esperemos que aún lejano, otros la tomaran por nosotros. Cerramos por unos días esta ventanita de los “Toma de Horas”.  Ahora toca lo que toca que, dicho sea de paso, no es poca cosa.

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