miércoles, 20 de noviembre de 2013

Mueve molinos



Me encuentro y me paro a hablar en la sevillana calle Tetuán con mi amigo del alma Antonio Guzmán “El Cuqui”, fundador de la “Peña Sevillista Moisés”. Hacia algún tiempo que no le veía y lo encuentro como siempre: risueño, dicharachero, locuaz y puro como el agua fresca de los manantiales. Ambos formábamos parte de una pandilla infantil-juvenil compuesta por seis miembros y perfectamente equilibrada: dos de calle Lirios, dos de calle Vírgenes y dos de Conde de Ybarra (vulgo Condibarra). Los sevillistas ganaban por mayoría (cuatro a dos) y los béticos por sentimientos.  Niños de “Corrales de vecinos” criados a golpes de leche en polvo, queso americano y pan con aceite y azúcar. De partidos de fútbol interminables en el Prado de San Sebastián y de películas de aventuras jaleadas en el “Teatro Juan de la Cueva”. Siempre bajo el manto protector de la Virgen de la Candelaria y la intersección del Señor de la Salud. Somos conscientes de que ya solo quedamos cuatro de la “pandilla” en el Reino de los vivos. Dos nos abandonaron a edades todavía muy tempranas.  Lamentablemente hay otro apuntado en la Lista de la parca.  Un cáncer inmisericorde lo  tiene postrado   apurando su último tramo existencial. Triste es esta época donde desde la atalaya de los años cumplidos ves despeñarse a gente que te quisieron y quisiste.  De todas formas encontrarse por la calle con “El Cuqui” es pegarse un chute de optimismo. Pocas personas conozco que mejor sepan exprimirle a la vida todo su jugo. Eso de que agua pasada no mueve molinos  tiene una segunda lectura en el sentir de este antiguo vecino de la calle Lirios. Siempre encuentra un resquicio para la esperanza y el derrotismo nunca formó parte de su bagaje existencial.  Su caseta de Feria en la calle Pascual Márquez es un reducto sentimental donde verse –vernos- antiguos amigos de gozos y sinsabores compartidos.  Siempre tiene una sonrisa y una copa a mano para demostrarnos que en no pocas ocasiones poder es querer. Cuando te despide con un abrazo y un par de besos te planteas que, posiblemente, el agua pasada sea lo único que mueve los molinos de los sentimientos compartidos. Son personas vitalista tan necesarias para nosotros como el aire que respiramos. Nunca abandonan la ilusión del niño que todos llevamos dentro. Fieles testimonio de una etapa de nuestra vida donde todo, absolutamente todo, estaba por estrenarse.  Al final puede que los molinos siempre estén en movimiento: unas veces con el agua de la vida y otras con las lágrimas vertidas por los paraísos perdidos.

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