miércoles, 2 de octubre de 2013

Ropita tendía





Desde hace algunos años lo veía cada mañana cuando él sacaba a pasear a su perro y yo me encaminaba a tomar mi primer y único café del día. Nos cruzábamos un escueto y educado “Buenos días”. Debía tener no menos de setenta y cinco años de edad. Enjuto, elegante, reflexivo, siempre impoluto en su vestimenta y paseando al perro que posiblemente fuera el can mejor educado de toda la Barriada. Recogía presto la caca perruna en una bolsa que portaba en uno de sus bolsillos. Vivía al final de mi calle sin más compañía que su perro. Al parecer había enviudado recientemente y su único hijo vivía y trabajaba (¡bonita palabra!) por tierras sudamericanas. Era de esas personas con las que por pudor nunca rompes el hielo de lo meramente formal. Siempre llevaba un cigarro encendido en su mano izquierda y con la derecha portaba a su noble canino. Acompañaba sus saludos con una ligera inclinación de cabeza. Dejé de verlo hace unos días y tuve el presentimiento de que algo malo –o al menos imprevisto- le había ocurrido. Ayer un vecino que es una versión de Jesús Mariñas en clave pinomontanera me sacó de dudas. Parece ser que los vecinos veían que la poca ropa que tenía tendida pasaban los días y no las recogía. El perro emitía desde dentro del piso una especie de lamento presagio de su ya inevitable orfandad perruna. Después de insistir varias veces al timbre de su puerta y otras tantas al porterillo seguía sin dar señales de vida. Los bomberos descerrajaron la puerta y se encontraron a nuestro hombre sentado muerto en el sofá. La tele estaba encendida con el volumen muy bajo. Tenía las gafas cogidas con su mano derecha y entre las piernas caído un ejemplar abierto del “Diario de Sevilla”.  Dicen que el perro mostraba un enorme grado de nerviosismo y muy agotado gemía de manera incesante. Ignoro como transcurrió la vida de este buen hombre. Posiblemente tuviera que mascar su soledad en el duro día a día. Su hijo y nietos (tenía dos) vivían a miles de kilómetros. Todo propiciado por una clase política –la española- más preocupada de sus intereses que del escarnio que han propiciado con su nefasta gestión en no pocas familias. Notaré su ausencia en estas mañanas de octubre con sus dulces amaneceres. Son personas que nutren nuestra vida cotidiana de un cierto halo de verdad. Antes, las mujeres tendían la ropa al sol y era motivo de improvisados y afectuosos encuentros. Hoy, es la ropa tendida la que, huérfana de recogida, nos lleva al encuentro de la soledad más descarnada. Ropita, la sempiterna ropita tendía. Vivir para tender y… que, al final, otros te terminen recogiendo la ropa.

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