martes, 17 de septiembre de 2013

La paloma inerte






Fue el pasado jueves día doce de septiembre. Justo un día después de que medía Cataluña decidiera separarse de este maltratado y amado país al que han terminado llamando “marca España”. Acabábamos de rendirle pleitesía al Señor de la Pasión cuando Santi Pardo se percató que había una paloma muerta en la cripta funeraria de la Casa de los Pineda. La misma que está ubicada en el Patio de los Naranjos de la Iglesia del Divino Salvador. Yacía inerte con su pico apoyado en el suelo y la cabeza en dirección a la calle Córdoba. Su buche era negro y sus alas tan grises como los tiempos que nos han tocado vivir. Pocas cosas existen tan solemnes en la derrota como una paloma muerta en el suelo. Buscó refugio para morir en la antesala de una cripta funeraria con reminiscencias a tiempos perdidos en los anales de la Ciudad. Allí, en ese patio, cada tarde de Jueves Santo me reencuentro con lo mejor que anida en mi interior embozado en una tunica de negro ruán. La paloma inerte era un símbolo incuestionable de que todo vuelo termina cuando tomamos (o nos toma) la tierra. Contemplando a la paloma muerta los allí presentes reflexionamos sobre las paradojas que encierra el final de cada uno. El barroco hace bella la muerte para hacerla soportable. Poco más que añadir ante hechos en teoría banales pero que nos redimen como seres humanos. A través de una ventana veíamos la espalda curvada por el dolor del Señor de Pasión. Por medio de una reja una paloma se rendía a la libertad de su vuelo y al rumor cantarín del agua de la fuente. Todo quedaba meridianamente claro en esa mañana luminosa de este caluroso septiembre.  Volar, dulce volar, por los mares de los sueños siempre fue –y es- una noble aspiración de  las almas sensibles.  La paloma se quedó inerte en una cripta funeraria para no romper el orden natural de las cosas perfectamente ensambladas. No hay vuelo que dure cien cielos ni alas que lo resista.

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