domingo, 10 de marzo de 2013

Las puertas giratorias



A los niños de mi generación nos gustaba meternos en las puertas giratorias (fundamentalmente existían en algunos bancos o centros oficiales) y dar varias vueltas para volver a salir al punto de partida. La odisea terminaba cuando algún ordenanza nos mandaba a “hacer puñetas”.  Era una especie de premonición a lo que la vida nos tenía reservado: la vuelta a los orígenes.  El pasado es una especie de fantasma que siempre nos espera agazapado al resguardo de cualquier esquina. Los largos años de la posguerra fueron durísimos y plagado de carencias de todo tipo (menos, evidentemente, las afectivas).  Algunos de nosotros descubrimos las ventajas de tener cuarto de baño propio cuando ya llevábamos algunos años afeitándonos.  Ahora y debido a la usura y especulación de no pocos políticos y financieros volvemos a “saborear” el amargo limón de la miseria. Son a que dudarlo épocas distintas, pero que eso se lo expliquen a alguna de las miles de familias que ayer vivían dignamente de su trabajo y hoy lo hacen de la caridad y la fraternidad.  Nos hicieron creer que ya casi todos formábamos parte de una emergente clase media: no por lo que teníamos sino por lo que –les- debíamos.  Se nos cayó –o mejor nos tiraron- el tejado encima y ahora nos vemos obligados a mirar por cada euro que gastamos.  Dentro de poco es previsible que el duro invierno nos enseñe su pañuelo de despedida: “Algo se alegra en el alma / cuando un invierno se va”. Este invierno hemos tenido que utilizar algunas tácticas ahorrativas para que el inmisericorde contador de la luz no avance más de lo debido.  Tiramos del manual de madres y, sobre todo, de abuelas para combatir el frío en cuerpos y almas.  El tiempo que pasamos dentro del hogar lo hemos cubierto con toda clase de accesorios tendentes al calentamiento previo. Obviemos las horas que pasamos en posición horizontal y donde las mantas y forros polares consiguen el milagro de mantenernos calentitos. Para las placidas horas de sofá utilizamos algunos artilugios que paso a enumerarles: 1) Chándal enguatado de mercadillo con su correspondiente capucha, modelo-“Dame cinco leuros”. 2) Calzoncillo tobillero, modelo-“Río Bravo”.  3) Guantes de lana de “Casa Peña”.  4) Camiseta térmica de “Pérez Cuadrado”.  5) Camisa de franela a cuadros de “Confecciones Cuadro” y 6) Manta zamorana de doble vuelta (en tareas lectoras o de ordenador es conveniente quitarse los guantes y desguarecerse de la manta).  Nos ha faltado por razones obvias la copa de cisco picón con su correspondiente aroma de alhucema.  Así andamos para poder combatir la miseria a la que esta “plebe” nos ha condenado.  Duele comprobar que con los cientos y cientos de millones que nos han robado a los contribuyentes acabaríamos con una parte considerable del Paro. Pero, quedaos intranquilos: no devolverán nada de lo robado ni tampoco pagarán por ello.  Es una ley tan antigua como la vida misma: las grandes fortunas -de unos pocos- se amasan sobre la extrema pobreza de una gran mayoría. Nada nuevo bajo el sol de Andalucía. Vuelven las puertas giratorias a aparecer en nuestras vidas y nos llevan una y otra vez al punto de partida.  El Señor de Sevilla le pide a su Padre Celestial ayuda para soportar la carga de tantas familias sevillanas. Procuremos que Él nunca se rinda. Si lo hace, estaremos ya irremediablemente perdidos para siempre.  

Se va el crudo invierno y nos llegan desde al Aljarafe efluvios de una nueva y soñada Primavera.  En Sevilla, siempre estamos obligados a vivir con –la- Esperanza.

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