lunes, 28 de enero de 2013

Las Fiestas desoladas


El pasado día 26 de Diciembre leía un artículo de Juan Miguel Vega en el Diario “El Mundo” (suplemento dedicado a Sevilla). Se titulaba “Vuelta a la vida” y, para un servidor de Dios y las causas justas, perfectamente asumible desde el primer al último renglón. Se refería a los dos días de las Navidades a los que alegre –o tristemente- llamamos de “Fiesta”. Concretamente al 25 de Diciembre y al 1 de Enero. Si los llamamos de “Fiesta” por no trabajar ese día los pocos que aún conservan su trabajo y/o por estar la Ciudad desierta, admitimos “Fiesta” como animal de compañía. Si por el contrario contextualizamos el carácter de lo verdaderamente festivo ya es harina de otro costal. ¿Una Ciudad con todos sus bares, parques, museos, kioscos y demás elementos lúdicos-culturales cerrados a cal y canto está de Fiesta? ¿Con quienes o con que compartimos nuestro gozo festivo? Esos días parece ser que tienen la finalidad de que la gente –con ánimos y fuerza- puedan dormir durante todo el día los excesos gastronómicos y etílicos de la noche anterior. Sinceramente son los dos días del año que noto que la soledad me envuelve con su negro manto. Abrir los visillos de la ventana a media mañana y ver la calle desierta y todo -absolutamente todo- cerrado, resulta verdaderamente deprimente. Parece como si tu conciencia clamara angustiada desde tus adentros: “Esto te pasa por “pringao” y “aburrío”. Haberte “emborrachao” esta noche y estarías durmiendo como las personas normales”. Claro, si te acuestas a la misma hora que cualquier día y te niegas a que programen tu “Felicidad” desde la Plaza del Duque luego pasa lo que pasa. Ahora que Enero termina su ciclo de amaneceres y madrugadas me niego a desarrollar planteamientos “filosóficos” sobre la naturaleza de las Navidades contemporáneas. Decir, eso si, que su base existencial (Fe, Familia y Tradición) han sido desbancadas por un nuevo y arrollador elemento: el Consumo desaforado. Luego que cada uno se la monte (la Navidad) como pueda y/o demanden sus circunstancias. Curiosamente, mis Navidades más felices están sentimentalmente atadas a los años de mi niñez. Todo transcurría en un “Corral de vecinos” donde las carencias eran suplidas por el milagro de la solidaridad, el afecto y el compartir lo poco que teníamos. Luego, aparte de que los creyentes nos situemos gozosos en el comienzo de la “Historia más grande jamás contada””, nada más importante que contemplar la Navidad con la inocencia y los ojos de un niño. Mientras, en esta Ciudad, donde todo es manifiestamente empeorable, seguiremos llamando “Fiesta” al vacío existencial navideño (en cuerpos y almas). Lo dice un villancico popular: “Nació el Niño en la pobreza / la ilusión fue renovada / y tu sentado en la mesa / aguantando a tu cuñada”. ¡Triste época esta donde hasta la “Felicidad” es impuesta y programada!

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