viernes, 25 de enero de 2013

La Bandera del Romanticismo


Leo en la Sección de “Obituarios” del Diario “El País” del pasado 22 de Diciembre el fallecimiento de David Lomon (en realidad su apellido era Solomon, pero le aconsejaron cambiárselo para evitar, de cara a la Gestapo, denotar una ascendencia judía). Era el último “Brigadista” británico vivo de cuantos participaron en nuestra infausta Guerra Civil. A su fallecimiento, ocurrido el pasado 21 de Diciembre, contaba 94 años de edad. Llegó a España cuando tenía tan solo 18 años y su madre se enteró de donde estaba a través de una carta que le mandó a su llegada a Madrid. Decía en sus memorias: “Si le digo a mi madre donde iba no me hubiera dejado marchar”. Dejó su país, Reino Unido, abandonando una familia feliz (eran 8 hermanos) para luchar en España a favor de la Democracia y las Libertades. Fueron unos 35.000 los brigadistas que arribaron a España por aquellas funestas fechas y procedentes de 55 países. Todos jóvenes y todos subyugados por un halo de romanticismo. Entre ellos se daban cita las profesiones más diversas: mineros, abogados, médicos, periodistas, algunos escritores de gran celebridad como George Orwell e incluso políticos de la talla de Willy Brandt. Cuenta David Lomon en sus recomendables “Memorias” que al llegar a España le llamó la atención lo obsoleto del armamento utilizado por el Frente Popular y la escasísima preparación militar de los milicianos. Dice, eso si, que en su mayoría eran gentes de procedencia humilde pero tremendamente orgullosa. Este apartado –el de las Brigadas Internacionales- de la Guerra Civil española siempre me ha llamado poderosamente la atención. Eran jóvenes que abandonaron una vida acomodada y estudios y profesiones para enrolarse en una contienda ajena –material y físicamente- a sus intereses más cercanos. Los movía un existencial halo romántico y se conocen, históricamente, muy pocos casos donde sobrepasaran los límites de la ética (si esto fuera posible en una confrontación armada). Nos relata Lomon que su dieta la componía carne de burro, sardinas y alubias. A los que lograron sobrevivir su paso por España los marcó de por vida. Decían que no tenían mejor titulo que saberse “Brigadistas” (lo de “Ex” no les gustaba nada) de la Guerra Civil. Se les concedió, a los que la solicitaron, la nacionalidad española. Cuanto he leído sobre los Brigadistas –que no ha sido poco- no ha hecho más que constatar que fueron los primeros que abogaron por una nítida y muy necesaria reconciliación nacional. Ninguno mostraba rencor hacia nada ni hacia nadie y resultaba admirable su sentido de la tolerancia. Habían visto y padecido en primera persona los horrores de una Guerra entre hermanos y su romanticismo se derrumbó como un castillo de naipes. Por imperativos de la vida van desapareciendo los poquitos que ya van quedando. Fueron románticos empedernidos que arribaron un día para hacer realidad lo de “predicar y dar trigo”. Hablamos y escribimos –no lo olvidemos- de unos tristes acontecimientos ocurridos hace 77 años. Toca ya hacerlo desde el rigor y la serenidad. Los “Brigadistas” son un rotundo ejemplo de la superación emocional de la barbarie. Siempre me conmovieron sencillamente por una empatía romántica. Cada vez que leo que alguno de ellos ha dejado de existir algo se conmueve en mi interior. Dotaron de grandeza a una contienda salpicada por la ignominia y la brutalidad más despiadada. Se van muriendo poco a poco y ojala su sedimento vivencial cale en todos nosotros. David Lomon estuvo a punto de morir en la Guerra Civil como consecuencia de una explosión. Cuando recuperó el conocimiento se encontraba preso en un camión vigilado por “Flechas Azules” llegados desde Italia. Fue posteriormente canjeado por cuatro prisioneros italianos. A su regreso a Inglaterra se enroló en el Ejército británico para luchar contra Hitler. Solía decir: “Esa guerra si la ganamos”. Románticos imperecederos exponiéndose sin límites en defensa de la Libertad. Descanse en Paz, Mister Lomon, y ojala que hayamos aprendido -¡por fin!- a convivir en este sufrido país nuestro (y también suyo).

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