miércoles, 28 de noviembre de 2012

Y se encuentran por la calle




“Amores que se han querío / y se encuentran por la calle / o se mudan de color / o se hacen un desaire / por dentro sufren los dos”.

 Te vi, me viste y nos vimos. Fue la pasada semana esperando turno en la puerta de la Agencia Tributaria sita en la Plaza de la Encarnación. Hacía mucho tiempo que no tenía noticias tuyas y sabía, eso si, por amigos comunes que vivías en la Villa y Corte de esta maltratada tierra llamada España. Compartimos momentos ilusionantes e ilusionados de nuestra juventud y el amor se nos escapó de las manos como el agua de la lluvia. Nuestro entorno de roneos y bailes “agarraos” por San Bernardo tuvieron como compañeras de viaje a las estrellas y a una luna que se reflejaba desde la cercana Puerta de la Carne. Desde el primer día me gustaste, te gusté y nos gustamos. Teníamos un problema de difícil solución: tú buscabas un novio-formal y yo una amante-informal. Los tiempos dorados y sentimentales de la juventud siempre quedan grabados en el alma por el pentagrama de las canciones. La nuestra siempre será la “Diana” de Paul Anka. Ahora, por los azares contributivos del destino hemos coincidido, después de muchos años, al amparo de unas “Setas” sin bosque pero con muchos enanos. Nos saludamos afectuosamente como dos viejos amigos que dejaron escapar la posibilidad del “derecho al roce”. Estabas realmente esplendida después de cruzar la barrera de los cincuenta años de existencia. Así te lo manifesté y después de ruborizarte me devolviste el halago: “Tú también te conservas muy bien, Juan Luis”. Esa puede que sea la diferencia: las mujeres se mantienen hermosas en la madurez y los hombres bien conservados. Me comentaste que habías vuelto definitivamente a Sevilla para ayudar a tu hija en el cuidado de tus nietos. En un carrito portabas un niño de pocos meses rubio como la cerveza de “Casa Coronado”. La magia la rompió la inminencia de tu turno. Tú tenías el 132 y yo el 143. La vida siempre quiso que nunca tuviéramos el mismo número. Mientras te atendían me dejaste al cuidado de un ángel rubio que dormía placidamente. Luego una despedida cordial formalizada con un sincero beso en la mejilla. Te vi alejarte esplendida en tu papel de complaciente abuela. Deduje por tu aspecto que la vida te ha tratado –nos ha tratado- bien. Me place comprobar que la felicidad no pasó de largo por ninguna de nuestras puertas. Lo vivido cuando es gozoso se llama dulce melancolía; cuando manda la tristeza se llama pesadumbre. Viendo como te alejabas no pude evitar silbar entre dientes la “Diana” de Paul Anka. Ignoro cual será actualmente en tu vida eso que llaman “estado civil”. Tampoco creo que importe mucho, ¿qué más da? Estoy seguro que nunca olvidaremos el primer beso que nos dimos en el túnel de San Bernardo y eso es lo verdaderamente importante. Te vi, me viste y nos vimos. Me gustaste, te gusté y nos gustamos. Te dejé, me dejaste y nos dejamos. Como diría Julio Iglesias….”La vida sigue igual”.

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