miércoles, 24 de octubre de 2012

Noches de blanco satén


Fue una de esas noches que se te quedan grabadas en el alma y la memoria sentimental. Por si solas ya justifican que el ejercicio de vivir haya merecido la pena. Era una calurosa noche de septiembre de hace ya demasiados años en la flamenca y querida Mairena del Alcor. Fue en su “Festival de Cante Jondo” cuando el Flamenco nos demostró, de manera palpable, que la gloria existe en la tierra. Estábamos casi todos por allí. Llegamos despirgados de muy diversas maneras, pero gozosos de encontrarnos en la meta soñada: la Mairena del “Maestro de los Alcores”. Aquella noche los “Duendes del Cante Jondo” abrieron sus alas y planearon felices sobre nuestras flamencas cabezas. Por allí andaban Fernando Lappi, Paco Lira, Manolo Rivas, Antonio Valverde, Jenaro Vázquez, Manolo Crespo, Jesús Gavira, Antonio Rincón….Grandes y suntuoso cabales que asistían a la liturgia del Flamenco como los monjes del Monasterio de Montserrat asisten a su Misa de Maitines. No nos convocaba la bebida y después, bajo sus efluvios, buscar al buen Cante. Era justamente al revés: dejamos que la magia de lo Jondo propiciara el rendirle pleitesía al oro líquido de Sanlúcar de Barrameda. Debo reconocer, en mi larga trayectoria de aficionado, que pocas veces he escuchado cantar y tocar la guitarra de manera tan sublime como ocurrió en aquella inolvidable noche. Fue la última vez que escuché a Camarón cantar en directo y ya su deteriorado aspecto nos hacia presagiar lo peor. Aquella memorable noche nos regaló su cante un Manolo Mairena en toda su sapiencia cantaora, acompañado por el mágico toque del recordado y añorado Enrique de Melchor. Elevaron a la Soleá a los altares supremos del Templo de lo Jondo. ¡Que manera de cantar y tocar la guitarra! Ningún artista se bajó aquella noche del escenario mairenero sin dejarnos arañazos en las paredes del alma. La magia se nos fue difuminando casi de mañana con una portentosa ronda de Tonás. En ese momento ya empezaba la amanecida a marcar su territorio de radiante luminosidad. Los estragos de la mágica noche flamenca nos habían dejado ebrios de luna, vino y cante. Aguantamos todavía algunas horas por Mairena entre humeantes cafés y sabrosos “calentitos”. Queríamos tener garantías de tener un placido retorno. Jenaro Vázquez, en donde la formalidad y la hombría de bien tomaron cuerpo y forma, nos devolvió a la Ciudad de la Giralda sanos y salvos. Hoy, desde la noble atalaya de los años cumplidos y sobre todo vividos, recuerdo con nostálgica alegría esas “Noches de blanco satén”. Algunos de los participantes de aquella liturgia jonda y flamenca ya hace tiempo que “desertaron” del Ejercito de los vivos. Fernando Lappi, Manolo Crespo, Enrique de Melchor, Camarón y Antonio Valverde se fueron y nos dejaron entre los labios el amargo sabor de la orfandad. Pero que la tristeza no consiga nunca reinar en nuestros corazones. Somos el resultado de lo que fuimos y sobre todo gozamos. La felicidad es una hermosa Dama que solo se deja cortejar en momentos puntuales. El saber aprovechar esos ratos de “roneo” es lo que suele dotar de sentido a la existencia humana. Éramos una “camarilla” flamenca de almas errantes reunida al mágico conjuro del Arte Jondo. No fuimos conscientes, afortunadamente, que la belleza siempre suele resultar efímera.

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