miércoles, 3 de octubre de 2012

El noble oficio de Escribidor


No confundamos los términos. Un escribiente era aquel que tramitaba papeles burocráticos (hoy lo hacen los ordenadores). Un escribidor era aquel que gestionaba con su pluma las carencias educativas de una parte, pobre de solemnidad, de la población (hoy lo cubre la alfabetización). “La tía Julia y el escribidor” de Mario Vargas Llosa se nos configura como una de las grandes novelas latinoamericanas. Nadie debía perder la luz de este mundo sin leerla. Los escribidores, valga la redundancia, escribían cartas ajenas de amor al amparo de sus conocimientos ortográficos. Misivas para hijos que prestaban el Servicio Militar fuera de sus hogares. Unas madres ahítas de preocupación, o enamorados/ as desesperados/as por “llevarse al huerto” a su amada/o, como principales “clientes” de los escribidores. Entre las intenciones del “encargador” y las misivas del escribidor siempre existía una clara y notable diferencia. Por razones obvias, en las zonas más pobres de Sudamérica es donde más proliferaron los escribidores. La figura del escritor se nos aparece al margen de escribientes y escribidores. Aunque posiblemente en la figura de los segundos estuviera el germen de los excelentes escritores sudamericanos. Recuerdo en mi etapa de “ardores guerreros” en Ceuta como, entre los reclutas, el índice de analfabetos extremeños y andaluces era demoledor. Participé activamente en una eficaz “Campaña de alfabetización”, posibilitando que la mayoría de ellos se licenciaran sabiendo leer y escribir y lo que se conocía entonces como “las cuatro reglas” (sumar, restar, dividir y multiplicar). Me invade la ternura recordando a Fermín, un pastor de cabras de Guadix, analfabeto integral y que se marcó como meta, antes de licenciarse, poder escribirle a su novia una carta de amor con su puño y letra. El sentido de superación de la existencia humana en su máxima expresión. El día que lo hizo nos demostró a todos que, con el orgullo por bandera, no existen metas imposibles. Los escribidores ya forman parte de la Historia en su vertiente más noble. Cubrieron una época mojando sus plumas de aves exóticas en los tinteros de los mares de la pena. Llevaron el consuelo de las misivas de amor a los ausentes temporales. Se hicieron participes de sentimientos que nacían del corazón de la gente humilde y sencilla. Nunca el ejercicio de leer y escribir tuvo mayores connotaciones sentimentales. “No se te olvide darle muchos besos de mi parte y que se cuide mucho”, decían madres enlutadas atrapadas por el llanto amargo de Andalucía. “Los santos inocentes” del Maestro Miguel Delibes flotando por el aire como almas errantes. Hoy, las cartas están previamente marcadas y lo escribidores ni están ni se les espera. Sabemos todos leer pero solo “ellos”, los poderosos, entienden lo que escriben. Los escribidores de antaño eran notarios de un tiempo donde los sentimientos se expresaban mojando sus lágrimas en los folios viajeros. Lo dice un inmortal Cante por Toná: “En el barrio de Triana / ya no hay pluma ni tintero / pa escribirle yo a mi mare / que hace tres años que no la veo”.

1 comentario:

Esperanza Jiménez dijo...

"...Cubrieron una época mojando sus plumas de aves exóticas en los tinteros de los mares de la pena...."
Si supieras la envidia que me dais los que sois capaces de plasmar en letras los sentimientos.
Yo recuerdo de pequeña en Constantina, pueblo de mi madre, que los carteros leían las cartas a las personas que no sabían hacerlo. Y también las caras de ellas, sus expresiones, cómo oían con el corazón.