miércoles, 20 de junio de 2012

”A ti ya te veré”

Con esa frase despedía el “señorito” de turno a no pocos cantaores y guitarristas después de una interminable noche de “juerga” y flamenco. Algunos de estos cantaores, roncos de cante y aguardiente, les replicaban: “Pero don José, no me está usted viendo ahora”. Tendrían que volver a sus casas exhaustos de cante y vino, con los bolsillos vacíos y con la esperanza de que, alguna vez, el Flamenco saliera de la cueva de la marginación y la miseria. Ha costado esfuerzo, muchísimo esfuerzo, pero hoy –gracia Dios y a los buenos cabales- el Flamenco está consolidado y respetado acorde con su importante -importantísimo- legado musical y cultural. Nada supera al Arte Jondo (incluyendo el Jazz) como música que se nutre de la belleza intemporal para saciar de espiritualidad el epicentro de las almas sensibles. Si el Arte -cosa que creo firmemente- tiene como función primordial conmover y abonar el necesario campo de la reflexión, sitúen al Flamenco en lo más alto de la Cultura popular. Desde hace ya algunos años su disfrute se produce en tres dimensiones (diferentes en las formas pero coincidentes en el fondo). A saber: un nivel más intimista que se da en las Peñas flamencas que, como último baluarte de la flamenquería más genuina, se nos configura como lugar de cita de los buenos aficionados al Flamenco (hoy, lamentablemente, las Peñas están injustamente olvidadas por no pocos artistas del Flamenco). Otra sería en el ámbito de los buenos Festivales flamenco, organizados y disfrutados al cobijo de las estrelladas noches veraniegas andaluzas. La última y que, a la postre, ha situado al Flamenco en su justo contexto internacional, se da cita en los grandes escenarios de los circuitos mundiales de la buena música. Los flamencos se fueron, se van y se irán de fiesta cuando puedan y quieran hacerlo (pero siempre con la libertad que proporciona el hacerlo con su tiempo y dinero). No confundir el sentido y el origen de las cosas. Nada tenía que ver una noche de “juerga” al rebufo de señoritos “rumboso” de antaño (podridos de millones gracias al estraperlo) que una fiesta organizada y pagada por un verdadero mecenas del Flamenco (gracias a ellos el Arte Jondo pudo subsistir en época de grandes penurias y muchos pucheros pudieron hervir gracia a su mecenazgo). En Andalucía siempre supimos distinguir a un “señorito” de un señor. Da pena escuchar a gente de mucho peso en el Flamenco (sobre todo pesados por su insistente discurso enmarañado en el terreno de lo obsoleto) defender los “Cuartos” del pasado como el cenit de la pureza flamenca. Evidentemente, unido a su “discurso” –ético y estético- va implícito el intentar venderle a la Administración las muchas horas que grabaron en fiestas íntimas y reuniones flamencas. No daré nombres para no polemizar con nada ni con nadie. Cada cual que se posicione en el Flamenco desde la trinchera que considere oportuna. Uno, ya hace muchos años que decidió seguir la estela de aquellos que pelearon denodadamente por impregnarlo de Cultura, Dignidad y Respeto. Los artistas flamencos son profesionales que llenan nuestras almas del elixir espiritual de la bella y castigada Andalucía. Pagarles decorosa y puntualmente por su noble trabajo es la mejor garantía que tenemos de la supervivencia “jonda”. 

 Afortunadamente, el “A ti ya te veré” quedó enterrado en la infértil tierra de la ignominia. Las Fiestas flamencas salen del alma y están diseñadas para que los flamencos toquemos el cielo con las manos. Pero es nuestro cielo y no el que nos quiera pintar “media docena” de nuevos ricos.

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