lunes, 4 de junio de 2012

Invocación a la pena


“Muerto se quedo en la calle 
Con un puñal en el pecho 
Y no lo conocía nadie” 

Decir desde cuando lo conocía es perderme de nuevo en los laberintos sentimentales de la infancia. Eterno vecino de mi calle cuando todavía era nuestra calle. “Mi calle ya no es mi calle / que es una calle cualquiera / camino de cualquier calle”. Desde siempre le acompañó una sempiterna mala suerte que ha configurado que su vida haya sido un “culebrón” al venezolano modo. Siempre la asumió como algo inevitable e inherente al duro ejercicio de vivir. Nunca le oí quejarse de su ancestral malfario. Su infancia transcurrió sin padre; una madre luchadora hasta la extenuación; un hermano mayor legionario adicto a todos los vicios y otro menor ciego de nacimiento. Albañil en su juventud de jornadas interminables y luchador incansable por la conquista de las libertades. Siempre, absolutamente siempre, acompañado de un cigarro pegado a la comisura de sus labios. Huraño, solitario, desconfiado (con más razón que un santo), trabajador, honrado, buena gente y amante incombustible de su Sevilla FC. Siempre situado en las puertas de las tabernas para ver pasar la vida y a la gente. “Cuando voy por las tabernas / lo primero que pregunto / si la tabernera es guapa / y el vino tiene buen gusto”. Se casó con una guapa –y explosiva- muchacha del servicio domestico de la Casa de…. Tuvieron dos hijas y, por lo que me contaron, una vida de pareja llena de despropósitos y con fecha de caducidad en el horizonte. Un día me lo encontré cabizbajo por los alrededores de San Nicolás y me dijo que vivía solo en una Pensión de la Puerta de la Carne. “No hay pena como mi pena / porque mi pena es quererte / sabiendo que no eres buena”. Tenía “Casa Coronado” como su “Cuartel General” y dicen que empalmaba las borracheras como los días hacen con las noches. Como su vida era imposible que tuviese un final feliz, hace una semana se lo encontraron muerto a los pies de la cama de su habitación. Dicen que en su entierro solo estaba su hermano ciego; una esposa sin alianza en su dedo; media docena de amigos y una de sus hijas. “A quien le voy a contar yo / lo que a mí me está pasando / se lo cantaré a la tierra / cuando me estén enterrando”. Me enteré de su muerte demasiado tarde y no pude acompañarlo en su despedida terrenal. La vida siempre supera a cuanto la ficción inventa para magnificar la tragedia. Me temo que nadie llevará luto en el alma por él y que será muy pronto atrapado por el fantasma del olvido. Lo recuerdo atrapado en una infancia tan dura como la roca de pedernal. Lo siento cuando ya estaba ausente en vida. Lo comparto en la soledad de las almas errantes que pululan por San Nicolás. “Gitana cuando yo muera / te quiero hacer un encargo / que con la trenza de tu pelo negro / a mí me amarren las manos”.

1 comentario:

José Luis dijo...

He conocido personas como esa, gente desarraigada que a lo mejor son excelentes personas pero no saben o han sabido enganchar con la vida familiar, o mejor, el hastio que esta produce no son santo de su devocion, prefieren mejor la bohemia, la libertad de no tener obligaciones o imposiciones que establece dicha forma de vida, y prefieren beber a la hora que les da la gana, lelgar a casa cuadno quieren y no dar cuenta a nadie de sus actos. Es una manera de vivir. El error imperdonable y que a mi juicio carece de moral, es haber involucrado a terceros en el sufrimiento que esa forma de vida produce. Cuando son gente soltera, es su problema. Cuando una esposa o unos hijos padecen del dolor que provoca, es condenable dedde todos los puntos de vista. Un saludo.