martes, 26 de junio de 2012

El tiempo en tus manos


Éramos tres mosqueteros flamencos de Sevilla que acabábamos de llegar al Barrio marinero de Bajo de Guía en Sanlúcar de Barrameda. Era esa hora indeterminada donde muere la mañana para darle paso al deslumbrante y caluroso mediodía. Veníamos desde el Jerez de cantes, caballos y vinos tras hacer una gestión en el CAF (Centro Andaluz de Flamenco). Ellos eran los gestores y yo el silencioso acompañante. El aire olía a esparto y manzanilla. Las cocinas de bares y restaurantes estaban en plena ebullición preparando los arroces marineros (aquí nombrar la palabra paella está prohibido). Antes de darle placer a nuestras papilas gustativas, nos dimos un reposado paseo por las callejuelas de este escaparate donde Dios refleja la mejor puesta de sol de Andalucía. Las calles limpias y recién regadas estaban casi desiertas. Hacia años, muchos años, que no pisaba este querido trozo de tierra andaluza. Morirme fuera de Sevilla no entra en mis planes y mi neurosis sedentaria está alcanzando cotas preocupantes. Caminamos en silencio pues los tres coincidimos en que caminar silenciosos por sitios como este es ir al encuentro de Dios. Desde una azotea nos llega un mágico sonido que, después de pararnos para concretarlo, coincidimos que se trataba de la “Obertura Solemne, 1812” de Tchaikovsky. ¡La música de un ruso inmortal adornando la luminosa mañana en Bajo de Guía! La globalización de los sentimientos por encima de la de los mercaderes. El ser humano, capaz de lo peor y lo mejor, traslada y vuelca sus emociones musicales en los rincones terrenales más insospechados. Estoy seguro de que en ese preciso momento estaría sonando la mágica sonanta de Manolo Sanlúcar en algún rincón perdido del continente australiano. Nos cruzamos con un par de sanluqueños que nos saludan como si nos conocieran de toda la vida. El “Vayan ustedes con Dios señores” como un noble ritual perdido por las vacuas estupideces de la modernidad. ¡Si no nos hablamos con nuestros hermanos como vamos a saludar a los extraños! Un perrillo blanco, asomando su peluda cabeza tras las macetas de una florida ventana, nos saluda con algo lo más parecido a un ladrido. Uno de nosotros se mira el reloj de pulsera y la magia queda interrumpida en ese momento. Lo que llegó a continuación pueden fácilmente imaginarlo: huevos de choco con unas gotitas de limón; unas coquinitas al vapor; unos langostinitos atigrados; un plato de arroz a la marinera en su punto; un frito variado de pescaito más fresco que el rostro de algunos políticos y, un reposado café con una copita de orujo, todo regado con cerveza en los preámbulos y un par de medias botellas de Manzanilla de “La E”. Caminando hacia “Las Piletas” en busca del coche, éramos tres mosqueteros, sesentones y flamencos, felices por haber aparcado por unas horas la Crisis y los problemas familiares y/o laborales. Nos cruzamos con algunos veraneantes que, después del paréntesis de la siesta, caminaban cargados con sus artilugios playeros buscando su sitio en el sol de la tarde. Al fondo veíamos deslumbrante el Coto de Doñana que parecía hacerse participe de nuestra fugaz cuota de felicidad. Cuando de vuelta y al morir la tarde llegamos a los alrededores de Lebrija alguien dijo complaciente: “Joé, vaya peazo de día que nos hemos pegao”. Asentimos y sonreímos complacientes entonando el inútil conjuro de que estas salidas debíamos repetirlas más veces. Hoy, todo gira en torno a los buenos y vanos propósitos.

Posiblemente nos quedarán unos días de botellines a secas, pero nada hay comparable a la sensación de haber parado el reloj del avance de las horas tontas. Ser libre por un día y tener el…. ¡tiempo en tus manos!

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