lunes, 11 de junio de 2012

Antonio de soles y lunas



El Flamenco en sus tres hermosas variantes, Cante, Toque y Baile, se encuentra, afortunadamente, en muy buenas manos. Gente joven y con un enorme talento se encargan de que su futuro, aparte de consolidado, se nos muestre radiante. La percepción que del mismo –el Flamenco actual- tengamos los aficionados añejos (entre los que me encuentro) siempre estará cargada de subjetividad. Apreciamos, eso si, que nos estamos deslizando a un tipo de Flamenco donde prevalecen las formas sobre el fondo. Los artistas, en cualquiera de las variantes que el Arte proporciona, son hijos y victimas de la época que les ha tocado vivir. Nadie escapa a la perversa influencia de modas y modismo para elaborar su discurso artístico. El concepto de libertad enmarañado en el difícil laberinto del vanguardismo se ve, no pocas veces, perdido entre el ayer y el mañana. El Flamenco como un Arte que se nutre, fundamentalmente, de la inmediatez vivencial en su plasmación sentimental-cultural (siempre por ese orden), se nos presenta hoy zarandeado por un obsoleto “fundamentalismo” de hambre y borrachería, y un falso vanguardismo de salón que solo trata de impregnarlo de comercialidad. Cobra hoy por tanto una fundamental importancia la excelsa –y hoy lamentablemente ignorada- figura de Antonio Mairena. Mi “Padre espiritual” en el Flamenco y compadre del alma, Manuel Centeno, me lo aventuró en no pocas ocasiones: “Juan Luis, con el paso de los años, todos los buenos aficionados terminamos atracando en el puerto de Antonio Mairena”. Me lo decía él que siempre tuvo el honroso titulo de ser el “Mayor vallejista del Reino de Sevilla”. En nada ha menguado mi insobornable condición de converso y confeso “caracolero”. Del quejío del “Genio de la Alameda” se nutre mi alma flamenca para volar libremente por los cielos andaluces del gozo y la pena. Caracol, Vallejo, Marchena, Pastora, Tomás (grande entre los grandes), Porrinas, Fosforito, Camarón, Morente…todos unidos al caudal de mis mejores sensaciones-emociones jondas pero, si abro mi ventana a los resplandecientes amaneceres de Andalucía, la verdad de las mañanas flamencas siempre la encuentro en el Cante por Soleá de Antonio Mairena. Cuando el amanecer me regala un nuevo día, arranco cada mañana escuchando a este Maestro de los Alcores que se me configura, al día de hoy, como el autentico faro para las confundidas embarcaciones flamencas. Antonio, Antonio Mairena, canta por Soleá y ahí queda marcado a sangre y fuego cuanto el Cante flamenco tiene de eterna verdad. Los “mairenistas”, posiblemente sin pretenderlo, le han hecho un flaco servicio a la inmortal obra de este extraordinario Cantaor de soles y lunas. Salvo contadísimas excepciones, las nuevas generaciones cantaoras –a mi entender peligrosa y sibilinamente- están obviando el imprescindible legado sonoro del Maestro de los Alcores. Reconocen sus grandísimos méritos pero, erróneamente, lo consideran amortizado por los nuevos tiempos. La banalidad está inmersa en todos los aspectos de nuestra cotidianidad –en lo artístico ni les cuento- y nunca olvidemos que lo insustancial nos lleva de la nada al vacío.

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