lunes, 31 de octubre de 2011

¿Quién firmará que he muerto de muerte natural?



“No debemos temer a la muerte
Porque, mientras somos, la muerte no es
y cuando la muerte es, nosotros no somos”
- Antonio Machado – (parafraseando a Epicuro)


Cantaba Serrat aquello de: “Si la muerte pisa mi huerto: ¿Quién firmará que he muerto de muerte natural?/ ¿Quién lo voceará en mi pueblo? / ¿Quién pondrá un lazo negro en entreabierto portal? / ¿Quién será ese buen amigo que morirá conmigo, aunque sea un tanto así?”. Mañana arranca Noviembre y lo hace con dos fechas muy señaladas en el Santoral cristiano: el Día de todos los Santos y el de los Difuntos. La santidad envuelta en el velo negro de la muerte o, la muerte bordada en el difuso manto de la santificación. Los santos no nacen se hacen. Los difuntos ya traen con ellos su pasaporte en el momento de nacer. Lo dice una letra que canta Camarón: “Cuando Dios no da la vida también nos condena a muerte”. Dos crucificados sevillanos simbolizan como pocos las dos caras del duro ejercicio de morir: Uno, tiene su morada en los aledaños de la Universidad y su Muerte, su Buena Muerte, nos muestra de manera rotunda que ya todo está consumado y que el descanso eterno es posible. Otro, se nos muestra como un perpetuo trianero agonizante. No quiere dejar definitivamente Triana, pues sabe que pocos lugares existen en el mundo menos proclive para morirse (Triana para nacer, vivir o soñar, pero nunca para morir). “El Cachorro” agoniza y, a la vez, eterniza a través del barroco más sublime el duro transito que nos lleva de la vida a la muerte. Sus ojos vidriosos parecen suplicarle al Dios Padre una nueva prorroga vivencial trianera. Lo escribió Zorrilla en boca del Tenorio:….”que en esta apartada orilla más pura la luna brilla y se respira mejor”. Este Don Juan sevillano, converso y confeso mujeriego, se nos aparece estos días con su rostro embozado por los pliegues de su capa; su mano apoyada en la empuñadura de su espada y con las redes de la seducción prestas para ser lanzadas al aire. Lo decían las poseedoras de estrecheces virginales: “Don Juan, Don Juan, la puntita nada más”. Don Juan terminó como todos los machos sevillanos de pura cepa: hablando solo por las esquinas de la judería y pegándole cornadas al aire de la eterna madrugada del Barrio de Santa Cruz. Días pues de recordatorios florales para con los ausentes eternos. Trasiego de cubos para limpiar –una vez al año no hace daño- las tumbas y nichos de los caídos en la batalla de la vida. Rindamos pleitesía a aquellos que nos dejaron huérfanos de su compañía y sintámonos gozosos por el placer de formar parte indisoluble de un patrimonio sentimental común. La vida escribe su guión natural cuando las personas se mueren de viejas. Si nos deja algún ser querido en la plenitud de su existencia, todo quedará para siempre enmarañado en las redes del desosiego y la pena honda. Lo cantaba “El Carbonerillo” en uno de sus fandangos más famoso: “Con las lágrimas se va / la pena grande que se llora / la pena grande es la pena / que no se puede llorar y esa no se va, se queda”. Mañana es Día de Todos los Santos y pasado Día de los Difuntos. Tiempo de reflexión sobre el porqué de las cosas. Nacer y morir como las dos caras de una misma moneda. “El Pensador” de Rodin en las Puertas del Infierno meditando sobre la condición humana. “La Divina Comedia” de Dante escenificando el Infierno, Purgatorio o Paraíso como destino final de los seres humanos.


La Muerte, como punto final, propiciando la ruptura definitiva con todo y con todos. Para los creyentes preámbulo de la vida eterna que dimana de nuestra fe y la de nuestros mayores. Los mismos que estos días recordamos instalados en la isla de la nostalgia y el afecto más verdadero. Es vuestro día y, lo más importante, un día el reloj del Tiempo determinará que también sea ya el nuestro para siempre.

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