sábado, 8 de octubre de 2011

El siglo de Boda



Si doña Cayetana a sus ya muchos años (para ella afortunadamente pocos todavía) y don Alfonso Diez (X “El Sabio”) han decidido unirse en Santo y Palaciego matrimonio nada tendremos que objetar. Cada uno, siempre que no dañe los intereses ajenos, es muy libre de orientar su vida y su estado civil hacia donde considere oportuno. Cuanto de Esperpento existe - y lamentablemente existirá – en nuestra Piel de Toro siempre se nos aparece, de manera empecinada, a la vuelta de la esquina. Don Ramón María del Valle-Inclán lo dejó eternamente escrito en sus “Luces de Bohemia”. Posiblemente seamos injustos cuando los sevillanos “tiramos piedras en nuestro propio tejado” al auto-convencernos que siempre fuimos, somos y seremos el epicentro de la casposa “España Cañí”. En todas partes cuecen… bodas y, si esta fastuosa ceremonia se hubiera celebrado en Madrid o Santiago de Compostela la respuesta popular -y mediática- hubiera sido igual o hasta posiblemente mayor. Forma parte de la idiosincrasia española el sentirse parte activa, como espectadores, de los eventos fastuosos del famoseo más irrelevante (tanto en lo cultural como en lo social). Incuestionable resulta constatar que hoy la televisión, preferentemente a través de una Cadena, ha mangoneado los sentimientos e inclinaciones de la gente. Les han proporcionado “carnaza mediática” como elementos de distracción que a medio plazo consiguen un doble objetivo: entretener embruteciendo e, informar desinformando. A la boda de doña Cayetana -a la que deseamos junto a su flamante esposo toda la suerte y felicidad del mundo- asistieron unos trescientos sevillanos y no menos de quinientos periodistas (nacionales o extranjeros). La “información” casi unánime que facilitaron fue que Sevilla quedó “colapsada” durante la boda (¿). Toda Sevilla, incluyendo a la mitad de la población que estaba en la cola del Paro, dejó sus quehaceres cotidianos para asistir masivamente a la Boda del Siglo. Como ejemplo de por donde “navegamos” en la actualidad, ningún medio de los allí desplazados se hizo eco que la Boda se celebraba en un impresionante Palacio del Siglo XV ni, evidentemente, que allí nació un 26 de julio de 1875 un “Poetilla” que respondía al nombre de Antonio Machado Ruiz. Eso carecía de importancia, lo fundamental era que la Señora Duquesa –a quien Dios guarde muchos años- saliera a la calle a “pegarse una pataita” por Rumbas. Vivimos en una Ciudad llena de contradicciones: aquí los mejores chistes siempre se contaron en los velatorios. Luego siempre aparecerá un “primate nacionalista de tres al cuarto” para meterse con el habla de nuestros niños. Puede que hablemos regular; no tengamos trabajo; seamos viscerales pero, ¡que cojones!, a palmeros nunca nos ganó nadie.

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