miércoles, 8 de junio de 2011

Los azules días de Machado






A los pocos días de fallecer Antonio Machado, su hermano José encontró en un bolsillo del raído abrigo del Poeta un papel doblado donde escribió: “Estos días azules y ese sol de infancia”. Pocas veces se retrató la Ciudad en menos palabras. La luz como elemento vertebrador luminoso de su esplendor y, la niñez como ejemplo paradigmático del paraíso perdido. En ninguna Ciudad del mundo, salvo quizás en Roma, los niños son más niños y la luz se nos ofrece en toda su radiante hermosura. Me hago esta reflexión cuando los días de junio caminan lentos pero seguros hacia el encuentro de los implacables rigores del verano sevillano. Cuando descorro la persiana de la ventana de mi dormitorio vislumbro una mañana esplendida de colores y matices. Todavía las mañanas no nacen heridas con la resaca de noches de chicharras, grillos e insomnios. En el ordenador recién encendido canta Camarón por Tangos aquello de: “Al Pare Santo de Roma / le tengo que preguntá / si los pecaos que tengo / me los puede perdoná”. A ninguna Ciudad como a Sevilla le sienta tan mal los días grises. Parece como si se nos hurtará un cielo azul que nos hace palpitar bajo su manto. Aquí, hasta las estrellas del firmamento dejan de girar sobre la Tierra para, que con su fulgor, nuestra luz no muera con los atardeceres. El Maestro de Maestros del Cante Flamenco, Pepe Marchena, cuando ya su vida sabía que se estaba extinguiendo y, al comprobar que su Isabelita del alma le iba a bajar la persiana de la habitación le dijo: “Isabel, no me quites la luz, que me queda mucha oscuridad por ver”. Fue la última genialidad del mayor Artista que ha dado el Cante Flamenco. Disfrutemos pues de estos días de generosa luz, y hagamos un ejercicio de sevillanía en la paleta de colores del Dios del Universo. Creamos firmemente que es verdad que: “Sevilla tiene un color especial”. Todos los grandes poetas sevillanos sin excepción hicieron un canto a la luz de Sevilla. La mayoría de ellos la añoraron desde la lejanía y la enhebraron a los perdidos años de la niñez. Recuerdo emocionado una anécdota que me ocurrió en La Campana sevillana. Fue un día que charlaba con mi amigo Antonio, el invidente que vendía cupones en la esquina de Sierpes con la Confitería. Me decía hablando de Sevilla: “Créeme si te digo Juan Luís, que la luz de la Ciudad es tan poderosa, que yo no puedo verla pero si puedo sentirla”. En un alarde de fina ironía sevillanía me comentaba: “Pásate luego y si tengo todos los cupones vendidos nos vamos al “Picadero” y nos ponemos ciegos”. La ceguera no podrá nunca cerrar las ventanas del alma de la gente sensible ante la belleza y la vida. Aquí, lo paradójico, es que cuando a muchos sevillanos se les habla de la luz les viene solamente a la memoria las facturas de Endesa. No disponemos de más tiempo que el que nos ha sido concedido para gastarlo. Vivir es consumir momentos que están plagados de todas clases de sensaciones y emociones. Sevilla pone el escenario y en nosotros está que papel interpretamos. Cuando se encienden los focos de su luz debemos agradecer y congratularnos que somos los gozosos beneficiarios de los mismos. Lo dejó escrito por tierras francesas el Poeta del Palacio de las Dueñas: “Estos días azules y ese sol de infancia”.

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