lunes, 20 de junio de 2011

¿La verdad nos hará libres?






“Los aires llevan mentira
el que diga que no miente
que diga que no respira”.

Verdades a medias. Mentir como un bellaco. Mentiroso compulsivo. Mentiras piadosas. Una y mil formas de admitir que la mentira forma parte de nuestra vida cotidiana. Si alguien se levantara al alba con el firme propósito de terminar el día sin plegarse al reino de la mentira, sería considerado un ser de otro planeta. Si la Humanidad está configurada como una gran mentira, como puede pretenderse que los humanos no seamos en definitiva una cohorte de embusteros. La mentira forma parte del equipaje de nuestra existencia. La justificamos de una y mil formas distintas. Argumentamos para justificarnos: “No quise decirle la verdad para no herir sus sentimientos”; “Ya no la quería pero no me atreví a decírselo”; “Le mentí por su bien y para no echar más leña al fuego”. La política, las relaciones sociales y laborales, la amistad y el amor se sustentan en sonoros silencios y en ruidosas y escandalosas mentiras. ¿Le decimos a un amigo o a un ser amado siempre la verdad? Quien calla otorga y quien habla miente. ¿Quién puede conjugar pensamiento y palabra? No olvidemos que la buena educación, necesaria y hoy relegada a lo inútil y accesorio, es una forma sutil de hipocresía. Mentira en definitiva. Si un amigo te presenta a su santa esposa, ¿le vas decir: que gorda esta usted señora? Al contrario comentarás de manera lisonjera que da gloria verla. Es más: le dirás que hacen muy buena pareja, cuando lo que te pide el cuerpo es decirle: ¿Qué co….coméis los dos para estar tan gordos? Deduzcamos pues, que la mentira no es buena ni mala, sino necesaria para no convertir la existencia en un campo de batalla. Somos actores de una comedia social donde los papeles a interpretar están impregnados de verdades a medias. En nuestras distintas formas de relacionarnos con los demás siempre, invariablemente, tendremos que sopesar hasta donde puede llegar nuestra cuota de sinceridad. Te hacen crecer soñando con la lectura de los cuentos que, en definitiva, se construyen bajo los pilares de la fantasía. ¿Cuántas mentiras necesita un niño para ser feliz en su inocencia? La verdad desnuda y sin artificios es cruel por su propia naturaleza. Cuando la mentira se deja guiar por los senderos de los sueños no se llama mentira sino literatura. ¿Dónde está la verdad de las cosas?; ¿Quién o quienes nos dicen la verdad sin artificios? Buscar la verdad de la existencia no solo es legítimo sino incluso necesario. Pero hay que subsistir arropado por las medias verdades o las medias mentiras, que tanto monta monta tanto. La verdad desnuda es cruel por su propia naturaleza y despoja al ser humano de su coraza de inmunidad. Mentimos muchas veces no para herir sino para evitar las heridas. El mundo es afortunadamente imperfecto y, en su sincronizado girar, va arrojando al espacio las mentiras de los humanos. Siempre debemos distinguir de manera rotunda la mentira del engaño. Se puede mentir desde el afecto y el cariño, pero nunca la traición bebió en la fuente de los sentimientos nobles. Esa es la diferencia: mentimos luego somos humanos; engañamos por ser además de humanos, perversos. “Dile una mentirijilla: que la Alhambra de Graná se la han traío pa Sevilla”. Mentimos luego respiramos.

Solo Dios dijo una gran verdad: “Creced y multiplicaos y llenad la tierra…..de mentirosos”.

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