miércoles, 18 de mayo de 2011

Dios los cría y ellos se lo montan






Del gran Winston Churchill se escribieron cientos de anécdotas. Algunas ciertas y otras inventadas. Él nunca desmintió ninguna, llegando a comentar que algunas las consideraba tan ocurrentes que ya le hubiera gustado que fueran suyas.

Existe una muy conocida y contrastada históricamente. Fue un día en el Parlamento británico cuando un joven parlamentario que se estrenaba como tal, se sentó junto a él y le comentó con admiración:

-- Mister Churchill no puede usted imaginarse lo que representa este día para mí.

El gran político ingles le preguntó a que se debía tanto entusiasmo a lo que el joven parlamentario le contestó:

-- Estar sentado junto a usted y frente a nuestros enemigos es para mí lo máximo.

El “viejo zorro” ingles le contestó con ternura:

-- No se confunda joven amigo, los de ahí enfrente son adversarios. Los enemigos están sentados aquí con nosotros.

Cuentan que un día un Ministro se quejaba amargamente ante Franco por unas circunstancias determinadas. Este lo frenó diciéndole:

-- Haga usted como yo y no se meta en política.

Esto lo decía alguien que estuvo mandando en España durante cuarenta largos años. La política determina cualquier aspecto de nuestra vida cotidiana y obviarla a través del estéril campo del apoliticismo es vivir instalado en una nube. Todos como ciudadanos tenemos –o debíamos tener- una participación activa en el devenir y la marcha de las cosas. Cada uno es muy libre –en eso consiste la Democracia- de opinar y actuar de acuerdos con sus principios y enunciados ideológicos. Culpar a un sistema democrático de las tropelías y “mangoletas” que se producen en su nombre es como culpar a los paraguas de que llueva. En la actualidad todos los analistas coinciden que la clase política española en su conjunto está bajo mínimos y, lo que resulta más grave, con su credibilidad popular por los suelos. No se puede generalizar ni las bondades ni las perversidades de los políticos pero, a que negarlo, viven inmersos en sus “batallas” personales por conseguir -o defender- el poder, ajeno a los intereses de los ciudadanos. Ni los “malos” son los que se van a marchar, ni los “buenos” son los que van a entrar. Ni tampoco al revés evidentemente. La cosa es mucho más compleja: afecta a un sistema que se encuentra en la actualidad agotado y “disfrutando” del descrédito popular. No se trata de cuestionar la Democracia, se trata más bien de cuestionar a sus actuales “gestores”. Mientras la gente observa con desesperación como desciende drásticamente las expectativas de futuro de sus hijos y, el duro día a día, se ha convertido en una lucha por la supervivencia, “Ellos” –los políticos” siguen ERE que ERE a lo suyo. Quieren que solo seamos meros portadores de una papeleta en un sobre camino cada cuatro años de un Colegio Electoral.




Urge que nos plantemos y, empecemos a hacer, lo contrario de lo que nos dicen. Creo que a eso lo llaman desobediencia civil. Estamos a un paso de tener ¡5.000.000! de parados (casi un 46% entre nuestra juventud) y todavía nos “venden” formulas mágicas para que creamos que su gestión de Gobierno va por el buen camino. ¿Hasta donde se piensan que llega nuestro nivel de ingenuidad?

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