miércoles, 27 de abril de 2011

El brillo de la plata




Cuentan que un día Dios le dijo amargamente a San Pedro refiriéndose a los seres humanos:

-- Es que a lo largo de los siglos no han hecho otra cosa que cometer atrocidades.

“El responsable de las Llaves del Cielo” fue entonces y le alargó un libro rogándole al Sumo Hacedor que leyera algunas de sus páginas. Al cabo de un rato Dios se lo devolvió a la par que decía:

-- Bueno, en verdad es de justicia reconocer que no todo lo han hecho mal.

El libro en cuestión era “El Quijote”. Se recreaba así de manera divina que, afortunadamente, las obras de los hombres a titulo individual, han salvado excepcionalmente a la raza humana del desprestigio corporativo. Son ya muchas las guerras. Es mucha, muchísima, la sangre derramada. Millones de victimas propiciadas por la codicia y las ansias de dominación más canallesca e inmisericorde. La Historia de la Humanidad se reduce a una palangana de oro por cuyos filos reboza la sangre de los inocentes. El Pilatos de todas las épocas intenta –inútilmente- lavar allí sus manos de cómplice cobarde de situaciones injustas y despóticas. ¿Cuánto Poncio Pilatos anda hoy suelto en todos los ámbitos de esta Sociedad en los que nos desenvolvemos? ¿Cuántas veces nosotros mismos no tenemos reparos en “lavarnos las manos” sin querer ver -ni implicarnos- en cuanto nos rodea? La pasada Cuaresma fue tremendamente trágica por los gravísimos sucesos acaecidos en tierras japonesas. Para definir la terrible magnitud de lo allí acontecido se empleó una palabra bíblica: Apocalipsis. El comportamiento extraordinariamente ejemplar de los japoneses no debía extrañarnos pues, a lo largo de su trágica Historia, ya nos dieron sobradas muestras de ello. Nos demostraron, una vez más, que allí lo colectivo siempre prima sobre la grandeza/miseria del individualismo. La cara más noble del patriotismo ofrecida sin fisuras a toda la Humanidad. Es como si nos dijeran. “No solo somos japoneses, sino que además ejercemos de ello”. Son una excepción que, en definitiva, solo sirve para confirmar la regla del egoísmo que nos invade por doquier. Estamos inmersos en una crisis –o varias- que los sesudos analistas no se ponen ni siquiera de acuerdo en como denominarla: social, económica, de valores o, inclusive de civilización. Pero podríamos preguntarnos: ¿Cuándo no ha estado nuestra Sociedad en crisis? ¿Que época podríamos situar como la de mayor grandeza del genero humano? ¿Sin la aportación de sus grandes talentos tendría Dios motivos para estar satisfecho? Somos imperfectos por naturaleza y desarrollo. Perversos o bondadosos por condición o vocación. Unimos sacrificio y abuso en el mismo lote y, tenemos siempre la tendencia a culpar a los demás y/o a las circunstancias de cuanto nos ocurra en negativo. Los triunfos son el oro que siempre reluce al sol de la vanidad. Los fracasos son plata mate sin brillo, camuflada en el hervor de agua y bicarbonato. Nada nuevo bajo el sol. Cuesta –hoy, ayer y siempre- pensar por libre ajeno a banderías y dogmatismo. Es mejor que remar contracorriente, hacerlo cómodamente apoyado en la barandilla de un barco atestado hasta la bandera. Nunca avanzó tanto la Humanidad como cuando el ser humano de manera individual se dedicó al estudio y la reflexión. El Arte y la Ciencia unidos por el talento y el tesón de un hombre o una mujer.
Cervantes escribiendo el “Quijote” y Dios dando su visto bueno celestial. Santa Ángela cavilando como combatir la pobreza sevillana ante la sonrisa cómplice de los habitantes del Cielo. Lo demás es un batiburrillo inclasificable que solo consigue que giremos –como burros de noria- sobre la misma rueda, hasta que llega el dictador de turno y nos saca de la misma a palos.

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