domingo, 31 de octubre de 2010

Marcelino Pan y Lucha

“No se ha sabido nunca si la vida es lo que se vive o lo que se muere”.
- Augusto Roa Bastos –

Se murió, se nos murió Marcelino Camacho. Tenía 92 años de edad y dejó esta tierra que regó con el sudor y la sangre de los verdaderos dirigentes obreros. Fueron catorce, catorce años, los que estuvo encarcelado por reclamar resquicios de libertad en los asfixiantes vericuetos sociales y políticos de la Dictadura Franquista. Su imagen de obrero comprometido con la verdad de la vida y las cosas se fraguó con unos modestos jerséis de cuello alto, los mismos que amorosamente les tejía su mujer Josefina, para combatir los duros rigores invernales de la Cárcel de Carabanchel. Siempre recordaré su figura chapada y su cara bondadosa donde resaltaba una brillante barbilla. Creó sus CC.OO. en el Círculo Manuel Mateos madrileño (local falangista ya con una cierta inclinación izquierdista). Siempre propició la necesaria reconciliación entre todos los españoles y, promoviendo una acción sindical tendente a la defensa y mejora de la vida de los trabajadores. Marcelino Pan y Lucha, no necesitaba disfrazarse de la impostura de la que hoy hacen gala algunos comunistas. Él era tan verdad como el aire de la sierra madrileña, y sus inclinaciones políticas y sindicales dimanaban de la rotunda crudeza de la vida de la clase obrera. Sus mítines eran interminables, y estaban preñados de la autenticidad de los que presumen de honrados, pudiendo además demostrarlo con su castigada y sacrificada existencia. Se fue posiblemente aburrido y decepcionado con los que le sucedieron al frente del Sindicato. Ignoro como habrán transcurridos sus últimos años entre lecturas (siempre fue un voraz lector y nada le resultaba ajeno a sus inquietudes) y sus partidas de dominó. Su impagable Josefina se nos presenta como modelo de fiel compañera, combativa, dulce y solidaria. Difícil, muy difícil, resulta imaginar sus vidas por separado. Ella tan lejana en su humildad de los tiendas Loewe, restaurantes de postín y tarjetas Visa Oro que hoy se enmarañan en un sector de la cúpula izquierdista. Con dirigentes como Marcelino Pan y Lucha se nos va un trozo de la historia más noble de la izquierda sindical y política española.

Coincide estos días junto a los titulares de su triste perdida, con una foto de un dirigente “comunista” sevillano a punto de padecer un coma por exceso de acido úrico. Copazo de cerveza en mano sonríe feliz ante un “pabellón” de la Costa del Marisco portuense, junto a un antiguo mandamás de Mercasevilla inmerso en laberintos judiciales. Todo, según este ínclito “comunista”, mentira y pura demagogia procedente de una campaña orquestada por la derechona y, con parada y fonda en el Periódico de la grapa.


Con la muerte de Marcelino y, por criterios comparativos, quedan al descubierto actitudes y comportamientos de dirigentes izquierdistas y sindicales, más preocupados de mantenerse en la poltrona que de priorizar los intereses de los trabajadores. Marcelino –y Nicolás entre los que eran los míos de entonces- no estaban labrando un avispero de funcionarios gubernamentales. Muy al contrario, querían un Sindicalismo de Clase ajenos al incienso del poder y, enmarcado en una España tolerante, justa, solidaria, libre y democrática.

La benevolencia con que Gobierno, Oposición y Prensa en general han tratado a los Sindicatos en su fracasada Huelga General es sintomática. Interesa hoy -parece ser que a todo el mundo- un sindicalismo domesticado, subvencionado y dispuesto a ser los campaneros de los templos del poder. Marcelino nunca le tocó la campana a nadie, tan solo lo hacía para llamar en toque de arrebato a la conciencia de la clase trabajadora. Descansa, descansa en paz Marcelino Pan y Lucha.

En los flecos de tus jerséis de cuello alto quedaron prendidos jirones de lo mejorcito de la Historia de esta tierra llamada España.

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