lunes, 27 de septiembre de 2010

Barras y estrellas





El segmento de mi generación que tenía inquietudes juveniles en el campo de lo social, lo cultural y lo político, tuvo siempre que moverse en un mar de contradicciones. Desgraciadamente éramos muy pocos y casi siempre mal avenidos. Teníamos una sola meta común: acabar con el franquismo y, había diferentes caminos para conseguirlo. Afortunadamente, existen ya excelentes trabajos históricos dispersos en libros, revistas y documentales que recrean acertadamente esa dura etapa de la vida española. Poco nuevo que añadir a lo ya establecido por aquellos historiadores que hacen del rigor y la objetividad sus principales métodos de trabajo. La Historia como una Ciencia al servicio de la verdad y no como “Literatura de salón” y donde –políticamente- cada uno “fabrica” su propia e interesada “verdad”.

Pero no es mi intención perderme en el espeso bosque de lo subjetivo sino, muy al contrario, reflejar bajo mi óptica personal un aspecto curioso de mis años de mocerío ardoroso y juvenil. Me refiero concretamente a nuestra relación sentimental, cultural y política con los Estados Unidos de América. Instalados como estábamos en nuestro dogmatismo de gentes de izquierda, entendíamos que EEUU representaba el rostro más perverso del capitalismo que nos oprimía. Mandaban desde sus Centros financieros sobre la vida –y las libertades- del personal de todo el Universo y, la Casa Blanca y el Pentágono desde sus departamentos políticos (CIA, FBI…) organizaban cruentos golpes de estados en Latinoamérica, montaban bases militares en Europa y, a través de la “Guerra Fría”, se aprestaban para ganarle la batalla a su enemigo ancestral: la URSS. Lógicamente, para nosotros la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas representaba todo lo contrario y, en ella veíamos el Faro luminoso que iluminaba nuestras justas ansias de libertad, justicia y solidaridad. Luego, y una vez desprovistos del ropaje del dogmatismo, la Historia nos enseñó que ni los unos eran tan malos ni los otros tan buenos. Éramos en definitiva títeres de un guiñol cuyos hilos los movían manos interesadas de uno y otro bando ideológico. Lo que siempre ocurrió –y ocurre- desde que el mundo es mundo.

Curiosamente con Norteamérica utilizábamos una doble vara de medir: mientras que considerábamos su política deleznable, nos rendíamos enfervorizados ante su cultura musical y cinematográfica (no así en nuestros sentires literarios donde Francia y la vieja Rusia le ganaban la batalla a Arthur Miller and Cia). Ya empezaba a declinar la música de los cincuenta del ilustre don Antonio Machín, y la de los Renato Carosone, Bonet de San Pedro, Jorge Sepúlveda, José Guardiola e ilustre compañía. Poco a poco iban apareciendo formas nuevas importadas de la “Anglosajonia” y bajo la estela de algo que se llamaba: Rock and roll. Aparecieron deslumbrantes el Dúo Dinámico, los Estudiantes, los Mustang, los Pekenikes, los Relámpagos, los Brincos, los Bravos, los Sirex, Bruno Lomas, Enrique Guzmán y los Teen Tops….Hasta que de una localidad norteamericana llamada Tupelo, nos llegó como llovido del cielo nuestro The King de la música: Elvis Presley.

Luego para rematar la faena y desde la “Pérfida Albión” nos llegó la gloria musical en forma de cuartetos (guitarra de punteo, bajo, acompañamiento y batería). Arribaron los Shadows, ¡los Beatles!, los Rolling, los King, los Animals…. ¡Mucha tela para mi modesto “picú” Philips de pilas!

El Cine fue definitivamente nuestro sentimental Talón de Aquiles ante la “perversa” Norteamérica. ¿Cómo podíamos considerar enemigos nuestros a Marlon Brando, Ava Gardner, Alfred Hitchcock, James Stewart, Errol Flynn, Billy Wilder, Kim Novak, Liz Taylor, Gary Cooper, Charlton Heston…..? Imposible con la cantidad de horas que nos regalaron para nuestras ensoñaciones juveniles y las recreaciones de cientos de mundos llenos de magia.

Imaginar el auge de nuestra cultura sentimental sin el país de las barras y estrellas se nos antoja imposible para las gentes de mi generación. Fue un soplo de aire fresco, en una España de “cerrado y sacristía”, que nos llegó un luminoso día desde la cercana Base americana de Morón. Allí custodiaban misiles antiaéreos y también exportaban para Serva la Bari el “Rock de la cárcel” de Elvis Presley. Ellos, pendientes de su cielo y, nosotros construyendo el nuestro con su música.

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