viernes, 16 de abril de 2010

Guitarra, novia del Cante.





“Guitarra del mesón
que hoy suenas Jota;
mañana Peteneras,
según quien llegue y tañe
tus empolvadas cuerdas” (Antonio Machado)


Tocaría dedicarle hoy un Toma de Horas a la más que inminente Feria de Abril sevillana. Fiesta lúdica, luminosa, alegre y donde la primavera estalla en toda su variedad de colores y sensaciones. Quedamos emplazados para el próximo lunes cuando ya haya comenzado este torbellino de sentimientos y emociones. Asumiendo mi crónico despegue de la misma desde mi niñez, no me resulta difícil valorar en su justa medida esta máxima expresión de la primavera sevillana. Pero hoy me place escribir, aunque sea someramente, del mágico mundo de la guitarra flamenca. Vamos a ello.

Los orígenes de la Guitarra Flamenca están perfectamente delimitados en el axioma espacio-tiempo. Musicólogos, antropólogos e historiadores de diversos campos aportan interesantes elementos sobre el origen, configuración y desarrollo de la Sonanta Flamenca.

Así podemos decir que se trata de una derivación de la guitarra clásica. Quedando asumidas en tierras andaluzas las dos variantes que la configuran. Es decir: la punteada o morisca y la rasgueada o castellana. Al igual que todo lo relacionado con el flamenco se produce a través de una fusión, concretamente entre dos formas de tocar este instrumento. Rasgueo y punteo en definitiva. De hecho ya el Arcipreste de Hita nos habla en el “Libro del Buen Amor” de dos guitarras: la latina y la morisca.

Podemos pues determinar que su introducción en la Península Ibérica debe atribuirse a los árabes. Precisamente fue el cantor y poeta bagdadí Ziryab (789–857) quien introduce la quinta cuerda de la guitarra (El genial Paco de Lucía le dedicó una de sus obras discográficas -Año 1990- a este insigne músico y poeta árabe). Ya en el siglo XVI Vicente Espinal (1550-1624) le añade la sexta y definitiva cuerda. Debemos reseñar que la incorporación de la cejilla (privativa de la Guitarra Flamenca) se produce en el último tercio del siglo XIX. Podemos resumir que con este aditamento la guitarra estrena su deslumbrante puesta de largo. Su novio, el Cante, ya la está esperando al pié del altar de lo Jondo. La boda, que se presumía larga y esplendorosa, se produce en la segunda mitad del siglo XIX. Hasta entonces cada uno navegaba por mares distintos. Sabido es que los Cantes primitivos (procedente del campo de las Tonás) se hacían a “palo seco”, pero estaban predestinados -Cante y Guitarra- a encontrarse en un puerto llamado Andalucía y dejar en sus muelles el fardo del gozo y de la pena.

La columna básica, donde se sustenta la guitarra flamenca, se sostiene en una serie de grandes interpretes que son los que le dan todo su esplendor y garantizan su rico y fecundo futuro. Vamos a reseñarlos sin detrimento de omitir algunos importantísimos y que por problema de espacio dejaremos en el tintero pero nunca en el olvido.
Arrancamos con el último tercio del siglo XIX y los albores del XX. Emerge la figura del gaditano Maestro Patiño (1829–1902) a quien se le atribuye la incorporación de la cejilla a la Guitarra Flamenca. Luego estará Javier Molina (1868–1956) asiduo acompañante del Papa del Cante Don Antonio Chacón (seguía tocando a sus ochenta y cinco años). Después una figura fundamental para entender la guitarra que ha llegado hasta nuestros días, nos referimos a Paco el de Lucena (1859–1898).

Y ya nos encontramos con uno de los grandes baluartes de la sonanta, nos referimos claro está a Don Ramón Montoya Salazar (1880–1949). Su toque de acompañamiento y los que introduce en solitario (sublime e inmortal su Rondeña) lo hacen configurarse como una de las cimas de la “bajañí” flamenca. Seguidamente será Perico el de Lunar (1894–1964) quien nos traiga aires frescos y renovados para comenzar el siglo XX.

El primer tercio del siglo XX nos traerá una extraordinaria cosecha de grandes guitarristas de flamenco. Citemos entre otros los nombres y las egregias figuras de: Manolo de Huelva (1892-1976); Manolo de Badajoz (1889–1962); Melchor de Marchena (1907–1980); Agustín Castellón Campos “Sabicas” (1912–1990); Diego el del Gastor (1908–1973); Manuel Cano (1926–1990); Juan Carmona “Habichuela” (Granada–1933). Quedan grandes nombres de esa etapa que omitimos no por demérito ni mucho menos, más bien por problemas de espacio en este preámbulo.

Mención aparte merece la figura señera y musical de Manuel Serrapí Sánchez “Niño Ricardo” (1904–1972). Estamos sin duda ante el guitarrista más importante de toda la Historia de la Guitarra Flamenca. Su toque de acompañamiento y en solitario son un modelo de equilibrio, temple y musicalidad flamenca. Su Guitarra se acopla al Cante en todas sus variantes y lo mece o lo enerva según demande el palo que acompañe. Como solista logró una dosis de virtuosismo y hondura flamenca absolutamente memorable. Grabó sin excepción con todos los Grandes del Cante Flamenco y era respetado y muy querido por aficionados, artistas, intelectuales y público en general. No es de extrañar por tanto que los tres grandes maestros de la guitarra contemporánea, es decir: Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar y Serranito vieran (y ven) que en el espejo del Niño Ricardo era donde mejor se reflejaban sus inquietudes musicales flamencas.

Llegamos en esta andadura musical a la Guitarra Flamenca actual, donde las cotas de calidad alcanzadas son verdaderamente admirables. Se toca desde el vanguardismo pero sin perder de vista a los ancestros que trazaron el camino a seguir para la sonanta flamenca. Así podemos mencionar entre otros a Vicente Amigo, Enrique de Melchor, José Antonio Rodríguez, Manolo Franco, Rafael Riqueni, Gerardo Núñez, Tomatito, Quique Paredes, Juan Manuel Cañizares, Moraito Chico, José Luís Rodríguez……………….
Digamos para rematar esta breve síntesis sobre la Guitarra Flamenca, que la misma tuvo un Papa que fue Don Ramón Montoya; un Rey que era Niño Ricardo y un Príncipe que es el genial Paco de Lucia, al que si me lo permiten sitúo como el artista flamenco más interesante de toda la Historia del Arte Jondo.

Gloria eterna a la Guitarra Flamenca, la novia eterna del Cante.

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