viernes, 30 de abril de 2010

El ruiseñor flamenco de la calle Padilla




El próximo día 7 de agosto se cumplirá el cincuenta aniversario del fallecimiento del cantaor sevillano y macareno Manuel Vallejo. Nació este autentico genio del Cante Flamenco un 15 de octubre de 1891 en la calle Padilla (una calleja de la calle San Luís antes de desembocar en la Plazoleta de San Marcos). Su padre tenía un puesto de pescado (parece ser que eran dos, no está demostrado que tuviera otro en el Mercado de la Encarnación) en la Plaza de Abastos de la calle Ancha la Feria. En su familia no existía ningún antecedente de flamencos de cualquier índole o condición. No era la rama de ningún frondoso árbol flamenco, y tuvo que inventárselo desde la raíz, pero amigos míos: ¡que jardín más florido se creo para él solo! No me gusta entrar en consideraciones maximalistas sobre quien ha sido el mejor cantaor de todos los tiempos, pero lo que resulta innegable es que este cantaor tan ninguneado por algunos (que hoy previo cobro dan conferencias para hablarnos de sus excelencias cantaoras), como exquisito y admirado por la infantería del flamenco y el pueblo sevillano en general, ocupa un primerísimo lugar en la cima del Arte Jondo. Cada vez que lo vuelvo a escuchar –que por cierto cada día es con más frecuencia- descubro nuevos valores en sus excelencias cantaoras. Su afinación, su temple y su sentido del compás son verdaderamente sobrecogedores y te ponen el alma a los pies de los caballos del gozo y la pena. Esto lo afirma de manera rotunda y sin dobleces alguien, que como un servidor, se declara un caracolero converso y confeso. Al Cesar lo que es del Cesar y a don Manuel –Vallejo- lo que es de don Manuel.

Manuel Jiménez y Martínez de Pinillo, Manuel Vallejo para lo más granado del Cante, fue una persona singular con una vida al margen del flamenco bastante opaca. Vivía solo y exclusivamente para su Arte, al que supo impregnar de toda la seriedad, cultura y rigurosidad que este movimiento artístico demandaba. Cuando no actuaba se solía sentar bien en “Las Maravillas” en la Alameda o en la puerta del bar del Pinto en La Campana (donde hoy existe una administración de lotería que regenta el nieto de La Niña de los Peines) y allí se llevaba toda la mañana sentado con un solitario café. Siempre con su indumentaria negra (en invierno y en verano) y con unos sombreros o gorras que camuflaba sobre los mismos su patizamba y recortada figura. Para entendernos Vallejo era la antitesis de lo que representaba en la calle el Niño de Marchena. Pero: ¡que manera de cantar en teatros, plazas de toros o en juergas!
Tanto mi padre, con el que se emborrachó muchas veces, como mi compadre del alma Manuel Centeno Fernández (su gran biógrafo y quien mayor información nos ha aportado sobre la vida y obra de Vallejo) que figuraba entre sus grandes amigos, me dieron fe y testimonio de que el cantaor era una persona rara, con una mentalidad infantil, amigo de sus amigos y con unas excelentes cualidades humanas. Sus “espantás” en algunas juergas flamencas eran de sobras conocidas en la Sevilla flamenca de la época. No me resisto a contaros una que me contó mi padre. Fue la siguiente: estaba cantando “pa comérselo” en una reunión de amigos. De pronto se corta a la mitad del cante y se excusa para ir al servicio. Ya no volvió. Cuando a los pocos días mi padre se lo encuentra y le pregunta: ¿Qué te pasó el otro día Manué? ¿Qué que me pasó?, le contesta; ¿Qué había un “gachó” abriendo la boca (bostezando)?; “y yo no canto pa gente aburría, el que tenga sueño que se acueste”. Ahí queda eso como muestra del carácter de Manuel Vallejo.
Estoy convencido de que ningún artista flamenco ha sido tan injustamente tratado “oficialmente” como este genio cantaor de la calle Padilla. Don Manuel Centeno Fernández dedicó muchos años a reivindicar su figura y su obra. Organizó los actos del Centenario de su nacimiento (1891-1991) en la Peña Torres Macarena, significando a la postre un cúmulo glorioso de conferencias y actuaciones que no han sido igualados hasta la fecha. Se movió lo indecible–empleando generosamente su tiempo y su dinero- para que la Ciudad que vio nacer y morir a Vallejo lo reconociera en toda la magnificencia de su obra. Consiguió que le rotularan una calle (sin riesgo de que se la quiten pues Vallejo llegó a grabar fandangos republicanos) y un azulejo en la calle San Luís. Los tramites para su monumento en la Alameda han sido “archivados” por nuestras autoridades municipales, no sin antes torearnos de capa y muleta a todos los que formábamos la Comisión creada al respecto. ¿Tengo razón Aurelia (Avelar) o Jesús (Gavira)?

Hace unos años participé en un proyecto seudo-biográfico del que no me siento especialmente satisfecho. Me enseñó la “madre-experiencia” que más vale acertar o equivocarse solo que acompañado. Pero como todo es manifiestamente mejorable creo que la definitiva biografía de Vallejo está todavía por realizarse. Eso si: habrá que centrarla fundamentalmente en los aspectos cantaores, pues los estrictamente personales en la vida de este genio del Cante son anodinos, insustanciales y carentes de cualquier interés a titulo personal. Vallejo nunca se casó, ni tuvo hijos, ni amores de relumbrón, ni hizo cine, ni tampoco propició escándalos que históricamente tuvieran algún interés. Vivió solo para su cante, su familia y sus amigos (que en contra de lo que se ha escrito eran muchos).

No tenemos que “inventarnos” una biografía personal de Vallejo utilizando cuatro o cinco anécdotas súper conocidas (la del corcho quemado ya ni les cuento). No podemos -ni debemos- confundir la historia con la leyenda, para eso afortunadamente ya tenemos a la literatura.

Enhorabuena a la Federación de Peñas y a la Diputación por los actos programados para conmemorar el cincuenta aniversario de la muerte de Vallejo. Buena cosa es que su figura y su obra se expandan como la espuma del mar de su querida Sanlúcar. Lo que nunca nadie podrá arrebatarnos será su majestuoso cante y su noble ejercicio vivencial de sevillanía militante. Cada vez que uno de nosotros –sus muchísimos seguidores- nos emocionemos escuchándolo cantar por Granaina conseguiremos que vuelva a renacer. Esa es la verdadera inmortalidad, lo demás es “ojana” en estado puro.

¡Gloria eterna al genio cantaor de la calle Padilla!

miércoles, 28 de abril de 2010

Un cielo de farolillos


Esta historia de lunes de Feria solo tú y yo la conocemos. Nos pertenece y nunca nadie logrará arrebatárnosla. Tu tenias veinte abriles y yo ventidos. Tú llegabas desde Santa Catalina radiante y hermosa a rabiar, yo de San Nicolás pletórico de ilusiones, y dispuesto a zarpar desde el puerto de la esperanza por los mares de los sueños. Teníamos la moneda de la juventud en nuestros bolsillos dispuestos a gastarla en noches de luna llena, amaneceres luminosos y tardes de rumores de fuentes cantarinas. Tú eras la menor de los hijos de un maquinista de la RENFE, yo el de “en medio” de un ajustador de la Pirotecnia. Nos conocimos en noches veraniegas de azoteas y “pikús”; tinajas con sangría; olores a “dama de noche” en cines de verano y adolescentes cuerpos que palpitaban bajo el influjo musical de Adamo, el Dúo Dinámico, los Beatles, Luís Aguilé, Mina o los Shadows. Éramos insultantemente jóvenes, y sabíamos exprimir –sin ahogarnos en el empeño- cada gota del zumo de la vida y beberlo mezclado con el dulce néctar de las ilusiones. Todo se nos empezó a torcer cuando intentamos “aclarar” nuestra relación sentimental. Tú querías convertirme en tu “novio formal”, y yo no estaba dispuesto a asumir más compromiso que el que dimanaba de disfrutar en libertad mi proyecto de juventud. A la flecha que nos lanzó Cupido tú querías conservarla en un futuro junto al Libro de Familia, y yo me agaché dejándola pasar de largo. Reconozco que me rozó pero eso solo supe apreciarlo con el paso de los años. Como diría el Poeta de las Dueñas:


“Aguda espina dorada /

quien te pudiera sentir /

en el corazón clavada”.



Quedamos para “aclarar” posturas un lunes de Feria en la Caseta de la RENFE. Era cuando el ferial moraba en el Prado colindante con la Plaza de España, el Parque de María Luisa y los Jardines de Murillo. ¡Tiempos aquellos donde todavía los mercaderes y los políticos no se habían adueñado de la Feria! Corto encuentro fue aquel en el que decidimos terminar algo que ni siquiera había comenzado todavía. Nos despedimos como lo que solo llegamos a ser –buenos amigos- y decidimos seguir cada uno nuestra hoja de ruta. Un cielo de farolillos nos vio partir hacia metas distintas. Tú en busca de un “si quiero” y yo dispuesto a defender mi “libertad” por los senderos de la juventud y la vida. Curiosamente tuvo que ser en la caseta de los ferroviarios donde posiblemente dejamos escapar el tren de nuestro frustrado amor. Al poco tiempo te hiciste “novia formal” de un intimo amigo mío con el que estoy seguro habrás saboreada las mieles de la felicidad. Te llevaste a un buen hombre y posiblemente ganaste con el cambio. Donde este uno formal que se quite un pobre bohemio soñador. Los románticos solo somos capaces de acumular libros, discos y emociones.



Te he visto en muy contadas ocasiones y te he notado feliz y realizada. Me sorprendió no obstante que te costara sostenerme la mirada. No pasa nada, a mí me ocurría otro tanto. No debemos preocuparnos: es el rescoldo que siempre precede a la candela. Cuando me despedía de ti y los tuyos siempre se me venía a la mente –por mi deformación de verlo todo en clave de flamenco- aquel fandango que dice:


Amores que se han querío
y se encuentran por la calle,
o se mudan de coló
o se hacen un desaire,
por dentro sufren los dos.



Se –y me congratula- por amigos comunes que la vida te trató –y te trata- bien. Yo tampoco puedo quejarme. Pero, siempre descubrimos que al final el ejercicio de vivir consiste, fundamentalmente, en colgar en las paredes del alma aquellos momentos que nos hicieron levitar, y con los que descubrimos el paraíso en la tierra. Ya hoy, cuando la Feria del 2010 es historia y el cielo de farolillos está marchito como la juventud perdida, hago mía una canción del recientemente fallecido Luís Aguilé, cuando cantaba aquello de: “jamás podré olvidar, las noches en que te besé, esas son cosas que pasan y es el tiempo quien después dirá”.

Por ahí andamos, hoy somos felices abuelos sesentones que disfrutamos con el presente sin obviar el recordar los bellos momentos vividos o soñados. Mala cosa es caminar por esta ultima etapa terrenal –que espero sea larga y fructífera- cargando el saco de la nostalgia sobre nuestras ya gastadas espaldas. Lo importante- lo verdaderamente importante- es aquello que nos queda por vivir y experimentar. Nada de lo pasado –para lo bueno y lo malo- tiene ya posibilidad de rectificación. Vivamos con los recuerdos pero nunca de los recuerdos. Estoy seguro de que si la vida nos permitiera un retroceso en el reloj del tiempo, dándonos una segunda oportunidad, todo ocurriría exactamente igual. Tú volverías a plantearme que fuera tu novio, y yo te plantearía que fueras mi amante. No teníamos solución: a ti te educaron para terminar en el altar, y a mí para vivir entre el temple de la Solea y el ritmo frenético de la Bulería. De lo que no tengo dudas es que tus nietos –y los míos- no cambiarían a sus abuelos por ninguno del mundo. Lo nuestro duró lo que dura el efímero cielo de farolillos de la Feria. Pero créeme si te digo que para mí mereció la pena.

jueves, 22 de abril de 2010

Susanita tiene un ratón



“Susanita tiene un ratón /

un ratón chiquitín /

que come chocolate y turrón y bolitas de anís…,


así comenzaba una famosa canción infantil de aquellos –no menos famosos-, “Payasos de la Tele”. Eran otros tiempos donde los niños cantaban y soñaban de motu propio, sin necesidad de ayudas externas de PlayStation, consolas, videojuegos, ordenadores y demás elementos electrónicos. Todo más natural y menos artificial para entendernos.


Pero hoy quien se lleva la palma en Sevilla de las Susanas, es doña Susana Díaz, Secretaria de Organización del PSOE andaluz. Cuando la huelga de Tussam parecía imparable y la dirección de la Empresa, dada la gravísima quiebra económica en que se encuentra sumida, no estaba dispuesta a asumir el alto coste que supondría aceptar las peticiones de los trabajadores, los mismos que en los preámbulos de nuestra Semana Santa y Feria aprovechan para hacer “su Agosto” (aunque estemos en Abril), ocurrió el”milagro”. Un inciso: propongo muy seriamente que en el próximo cartel de nuestras Fiestas de Primavera se introduzcan retazos de nuestra Semana Mayor, también evidentemente de nuestra Feria de Abril y como algo ya consustancial, algún elemento relativo a las huelgas de Tussam. Así todo tendría un orden natural y racionalmente dispuesto para tan felices eventos sevillanos. Por ejemplo: un nazareno del Cerro cubierto con su antifaz esperando el autobús en una parada que simulara una caseta de Feria y, a lo lejos, colgando sobre una nube flotando en un cielo azul, un cartel que anuncie: “Servicios Mínimos”.

Prosigo con el “milagro”. Los trabajadores en un gesto demostrativo de que andan largo de conocimiento de lo político, se plantaron al mediodía del martes de Feria armando bulla en la Caseta Municipal, y de allí se trasladaron a la del PSOE para continuar la “movida”. ¡Bingo! Y acertaron de pleno. Salió a dialogar con ellos dona Susana muy enfadada, y los emplazó por la tarde en la sede del PSOE en Luís Montoto para intentar desbloquear la situación. Todo se haría –eso si- por el bien común de los sevillanos. ¡Hasta ahí podíamos llegar!

Todo resuelto. Se desconvocaba la huelga y ya después de la Feria se volverían a convocar nuevas reuniones para retomar la situación. Pero, ¿en que situación dejaron a la dirección de Tussam con Guillermo Gutiérrez a la cabeza¿ Pues sometidos a una ración de ninguneo por todo lo alto. El pobre Guillermo, que ya era socialista cuando aun no había nacido doña Susana, se ha visto obligado a dimitir. Por coherencia y dignidad ya que no le quedaba otra. A este viejo socialista, con su andadura política de luces y sombras –como todos nosotros-, lo dejaron como se suele decir coloquialmente con el “culo al aire”. Pero no se pongan nerviosos ni sufran que no llegará la sangre al río. Papá Partido siempre encuentra solución para contentar a tirios y troyanos (sin premio).

Dediqué los mejores años de mi juventud –y lo haría mil veces- a pelear para ayudar en conseguirle a este sufrido país una justa cobertura de libertad y democracia. Pero no es de recibo que muchísimos trabajadores y pensionistas estén –estemos- con el agua al cuello, y otros –como los de Tussam- vivan en un estado de reivindicación permanente.

Ahí van datos someros ofrecidos por los distintos medios de comunicación y nunca desmentidos por el Comité de Empresa: los ingresos de explotación de la Empresa no superan los 45 millones de euros anuales, mientras que los gastos en concepto de salarios están por encima de los 65 millones. No es de extrañar por tanto que el déficit actual supere los 136 millones de euros. ¿Qué la mala gestión de estos últimos años habrá sido determinante para llegar a esta situación¿ No les quepa la menor duda. Pero tampoco es lícito obviar las desproporcionadas y primaverales reivindicaciones de sus trabajadores. Que cada uno defienda lo que considere sus legítimos derechos e intereses es normal y así lo ampara nuestra Constitución (por cierto:¿no creen que ya ha llegado el momento de darle algunos retoques a la Carta Magna?). Pero estamos hablando de una Empresa Pública que ya resulta insostenible para el erario municipal que se nutre de nuestros impuestos.

Al final doña Susana Díaz se llevará la medalla de la buena convivencia feriante, pero, ¿cuál será el precio que tendremos que pagar los sevillanos en un futuro no muy lejano? Tiempo al tiempo. Vivimos una época en Sevilla donde cada día cobra más vigencia la frase que de continuo escribe Antonio Burgos: “la Ciudad donde nunca pasaaa nada”. Estamos en manos de los partidos, que aunque siempre argumentan que: “todo lo hacen en beneficio de la ciudadanía”, al final terminan prevaleciendo sus propios intereses y los de sus jerarcas. Como me considero esclavo de mi palabra, y en un Toma de Horas no muy lejano prometí no volver a nombrar al “actual” Alcalde de la Ciudad, no pienso hacerlo. Tampoco ya me merece la pena dedicarle una sola línea. ¿Para qué? A Sevilla le queda un largo año sin alcalde y sin rumbo. ¡Que Dios nos coja confesaos!

lunes, 19 de abril de 2010

Primavera tiene nombre de mujer




Escribía, hace justo una semana, que en nuestra Ciudad las contradicciones tomaron –y toman- forma en cuerpo y alma. Nuestra mayor expresión de eclosión primaveral, la Feria de Abril, no podía ser una excepción. La Fiesta sevillana más universal (nuestra Semana Santa supera con creces el concepto de lo festivo) y donde la Ciudad cambia su ancestral eternidad por una efímera de siete días (el año que viene parece ser que algunos más). Explosión de luz y de color, donde lo lúdico toma un principalísimo protagonismo y, se expanden los sentidos en aras de una diversión basada en la amistad, la fiesta y el concepto de vida que dimana de la primavera sevillana. A vivir que son dos días, y que mejor hacerlo en buena compañía bebiendo, comiendo, bailando y cantando. Pues bien, dentro del cúmulo de contradicciones inherentes a la Ciudad de la gracia, a esta Fiesta tan típicamente sevillana la configuran y le dan forma, un vasco, José María de Ibarra, y un catalán, Narciso Bonaplata. Esto ocurrió un 25 de agosto de 1846. Ambos consiguieron que el Cabildo municipal aprobase que con carácter anual los días 19, 20 y 21 de cada mes de abril fueran días oficiales de festejos. Venía a sustituir a la Feria de ganado que se celebraba en el Prado de San Sebastián, tomando como referencia la que se celebraba en Mairena del Alcor (la más antigua de Andalucía, pues data nada menos que de 1441. Desde entonces la de los Alcores es la primera feria en celebrarse, concretamente una semana antes que la de Sevilla. Vayan a verla y no se arrepentirán).

Esto fue posible no sin antes sortear numerosos dificultades y no pocas reticencias por parte de los jerarcas de la Ciudad, principalmente por el entonces alcalde Conde de Montelirio. Más de lo mismo. Es el sino histórico de Sevilla: se cuestionan las autorizaciones de nuevos eventos que a la postre son enormemente positivos para la Ciudad. ¿Les suenan las enormes dificultades que encontraron en su día los promotores e impulsores de la Exposiciones del 29 y del 92? Un somero repaso por nuestra historia más reciente no nos deja ninguna sombra de duda. Basta recordar que don Luís Rodríguez Caso propuso en 1909 la celebración de una Exposición Internacional Hispano-Ultramarina en Sevilla. Es decir: el proyecto tardó ¡20 años! en hacerse realidad. Algo parecido al Metro. El proceso de consolidación de la Exposición Universal de 1992 es de sobras conocido. Lo que ambas exposiciones representaron para la Ciudad y su posterior desarrollo es más que elocuente. Sin ellas, Sevilla seguiría durmiendo el sueño del atraso más pertinaz y anquilosado.
A pesar de que la Semana Santa y la Feria se encuadran (fundamentalmente a efectos turísticos) como fiestas primaverales conjuntas, son divergente y contradictorias entre si como la misma Ciudad que las engendra y les da sentido y forma. La Semana Santa se desarrolla y se dinamiza en círculos concéntricos que van directos al epicentro de nuestros sentimientos. Es cualquier cosa menos efímera. Todo se encuadra de manera sincronizada en un escenario perfecto y eterno: las arterias de la Ciudad. Se articula por medio de rituales callejeros perfectamente sincronizados donde todo tiene y cobra sentido. Macarena: Arco y Parras; Gran Poder: San Lorenzo y Molviedro; Esperanza: Pureza y Puente; Pasión: Salvador y Francos; Buena Muerte: Contratación y Universidad; Candelaria: Alfalfa y Jardines; Cachorro: cielo de Sevilla y Castilla; Estrella: luz de Domingo y Reyes Católicos…. Así hasta el infinito. Todo armonizado por el tamiz del tiempo que sincroniza y armoniza lo nuevo con lo eterno.

La Feria de Abril es otra cosa bien distinta. Aquí lo efímero toma cartas de naturaleza desde su configuración estructural hasta su mismo desarrollo social y afectivo. La Ciudad eterna ni está ni se le espera. Es lúdica por su propia naturaleza e insustancial dentro de los parámetros históricos de la Ciudad. Es una fiesta de los sentidos que no dejará más huella –que no es poca por cierto- que aquella que produce el placer de los momentos vividos. Pero, a diferencia de la Semana Santa, no podremos nunca contextualizar esos momentos, pues con los fuegos artificiales se empieza a desmontar esta ciudad tan mágica como artificial. Donde hace muy pocos días existía una explosión de vida y color difícilmente igualables en el mundo, ya solo quedarán esqueletos metálicos y postes desnudos. Aparecerá una inmensa explanada desierta y abatida por el olvido, donde ya solo deambulará algún chamarilero. Estas calles toreras de luminosos farolillos multicolores y casetas engalanadas desde la gracia y el arte más sevillanos, pasarán en pocas horas a dormir el sueño de lo hermosamente fugaz que se no evapora al despertarnos. Donde hubo jolgorio y la vida reventaba por todos sus poros, solo quedará el silencio y la nostalgia de la resaca de vino y vida.

Pero para eso quedan todavía muchos días. Ahora toca divertirse al sevillano modo. Es decir: desde el afecto, la sinceridad y el cariño de ida y vuelta. Beberse Bajo de Guía a sorbos pausados, rodeado de tu gente, mientras escuchamos – si quedan- alguna sevillana corralera es realmente hermoso y gratificante. Vivir es en definitiva saber atrapar los bellos momentos que la vida te proporciona, y de esos seguro que la Feria los facilita en demasía. No hagan mucho caso a los “esaboríos poco feriantes” como el que estos folios emborrona. Llenen sus sentidos, hasta donde puedan y les dejen, de claveles, manzanilla, caballos enjaezados, albero, cariño, amistad, caseta, cante y lunares. Aguantar a parientas, niños, suegras, cuñados o “amigos de Feria” ya va implícito en el peaje de la vida del recinto ferial.

De todo corazón: disfrutad y sed felices dentro de esta Ciudad efímera que nace y muere en Los Remedios. Quedamos emplazados para cuando la Feria del 2010 ya sea solo historia y una nueva se vislumbre en la lejanía.

viernes, 16 de abril de 2010

Guitarra, novia del Cante.





“Guitarra del mesón
que hoy suenas Jota;
mañana Peteneras,
según quien llegue y tañe
tus empolvadas cuerdas” (Antonio Machado)


Tocaría dedicarle hoy un Toma de Horas a la más que inminente Feria de Abril sevillana. Fiesta lúdica, luminosa, alegre y donde la primavera estalla en toda su variedad de colores y sensaciones. Quedamos emplazados para el próximo lunes cuando ya haya comenzado este torbellino de sentimientos y emociones. Asumiendo mi crónico despegue de la misma desde mi niñez, no me resulta difícil valorar en su justa medida esta máxima expresión de la primavera sevillana. Pero hoy me place escribir, aunque sea someramente, del mágico mundo de la guitarra flamenca. Vamos a ello.

Los orígenes de la Guitarra Flamenca están perfectamente delimitados en el axioma espacio-tiempo. Musicólogos, antropólogos e historiadores de diversos campos aportan interesantes elementos sobre el origen, configuración y desarrollo de la Sonanta Flamenca.

Así podemos decir que se trata de una derivación de la guitarra clásica. Quedando asumidas en tierras andaluzas las dos variantes que la configuran. Es decir: la punteada o morisca y la rasgueada o castellana. Al igual que todo lo relacionado con el flamenco se produce a través de una fusión, concretamente entre dos formas de tocar este instrumento. Rasgueo y punteo en definitiva. De hecho ya el Arcipreste de Hita nos habla en el “Libro del Buen Amor” de dos guitarras: la latina y la morisca.

Podemos pues determinar que su introducción en la Península Ibérica debe atribuirse a los árabes. Precisamente fue el cantor y poeta bagdadí Ziryab (789–857) quien introduce la quinta cuerda de la guitarra (El genial Paco de Lucía le dedicó una de sus obras discográficas -Año 1990- a este insigne músico y poeta árabe). Ya en el siglo XVI Vicente Espinal (1550-1624) le añade la sexta y definitiva cuerda. Debemos reseñar que la incorporación de la cejilla (privativa de la Guitarra Flamenca) se produce en el último tercio del siglo XIX. Podemos resumir que con este aditamento la guitarra estrena su deslumbrante puesta de largo. Su novio, el Cante, ya la está esperando al pié del altar de lo Jondo. La boda, que se presumía larga y esplendorosa, se produce en la segunda mitad del siglo XIX. Hasta entonces cada uno navegaba por mares distintos. Sabido es que los Cantes primitivos (procedente del campo de las Tonás) se hacían a “palo seco”, pero estaban predestinados -Cante y Guitarra- a encontrarse en un puerto llamado Andalucía y dejar en sus muelles el fardo del gozo y de la pena.

La columna básica, donde se sustenta la guitarra flamenca, se sostiene en una serie de grandes interpretes que son los que le dan todo su esplendor y garantizan su rico y fecundo futuro. Vamos a reseñarlos sin detrimento de omitir algunos importantísimos y que por problema de espacio dejaremos en el tintero pero nunca en el olvido.
Arrancamos con el último tercio del siglo XIX y los albores del XX. Emerge la figura del gaditano Maestro Patiño (1829–1902) a quien se le atribuye la incorporación de la cejilla a la Guitarra Flamenca. Luego estará Javier Molina (1868–1956) asiduo acompañante del Papa del Cante Don Antonio Chacón (seguía tocando a sus ochenta y cinco años). Después una figura fundamental para entender la guitarra que ha llegado hasta nuestros días, nos referimos a Paco el de Lucena (1859–1898).

Y ya nos encontramos con uno de los grandes baluartes de la sonanta, nos referimos claro está a Don Ramón Montoya Salazar (1880–1949). Su toque de acompañamiento y los que introduce en solitario (sublime e inmortal su Rondeña) lo hacen configurarse como una de las cimas de la “bajañí” flamenca. Seguidamente será Perico el de Lunar (1894–1964) quien nos traiga aires frescos y renovados para comenzar el siglo XX.

El primer tercio del siglo XX nos traerá una extraordinaria cosecha de grandes guitarristas de flamenco. Citemos entre otros los nombres y las egregias figuras de: Manolo de Huelva (1892-1976); Manolo de Badajoz (1889–1962); Melchor de Marchena (1907–1980); Agustín Castellón Campos “Sabicas” (1912–1990); Diego el del Gastor (1908–1973); Manuel Cano (1926–1990); Juan Carmona “Habichuela” (Granada–1933). Quedan grandes nombres de esa etapa que omitimos no por demérito ni mucho menos, más bien por problemas de espacio en este preámbulo.

Mención aparte merece la figura señera y musical de Manuel Serrapí Sánchez “Niño Ricardo” (1904–1972). Estamos sin duda ante el guitarrista más importante de toda la Historia de la Guitarra Flamenca. Su toque de acompañamiento y en solitario son un modelo de equilibrio, temple y musicalidad flamenca. Su Guitarra se acopla al Cante en todas sus variantes y lo mece o lo enerva según demande el palo que acompañe. Como solista logró una dosis de virtuosismo y hondura flamenca absolutamente memorable. Grabó sin excepción con todos los Grandes del Cante Flamenco y era respetado y muy querido por aficionados, artistas, intelectuales y público en general. No es de extrañar por tanto que los tres grandes maestros de la guitarra contemporánea, es decir: Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar y Serranito vieran (y ven) que en el espejo del Niño Ricardo era donde mejor se reflejaban sus inquietudes musicales flamencas.

Llegamos en esta andadura musical a la Guitarra Flamenca actual, donde las cotas de calidad alcanzadas son verdaderamente admirables. Se toca desde el vanguardismo pero sin perder de vista a los ancestros que trazaron el camino a seguir para la sonanta flamenca. Así podemos mencionar entre otros a Vicente Amigo, Enrique de Melchor, José Antonio Rodríguez, Manolo Franco, Rafael Riqueni, Gerardo Núñez, Tomatito, Quique Paredes, Juan Manuel Cañizares, Moraito Chico, José Luís Rodríguez……………….
Digamos para rematar esta breve síntesis sobre la Guitarra Flamenca, que la misma tuvo un Papa que fue Don Ramón Montoya; un Rey que era Niño Ricardo y un Príncipe que es el genial Paco de Lucia, al que si me lo permiten sitúo como el artista flamenco más interesante de toda la Historia del Arte Jondo.

Gloria eterna a la Guitarra Flamenca, la novia eterna del Cante.

miércoles, 14 de abril de 2010

Un fantasma (marrón) recorre España




“Construimos nuestro propio infierno y luego culpamos a los demás”.
- Charles Bukowski –


Dos cuestiones previas: la democracia se vértebra y toma sentido a través de las partidos políticos. Sin ellos y sus distintos planteamientos ideológicos no tendría sentido. Un solo partido, una sola manera de pensar es, para entendernos, un triste exponente de un sistema dictatorial puro y duro. No existen dictaduras buenas –las de izquierda- y dictaduras malas –las de derecha-, existen tan solo las dictaduras, como forma brutal e irracional de sustraerle a la ciudadanía su derecho a pensar y discrepar en plena libertad. Dicho esto debemos añadir, que la democracia española, donde sin duda se da la mayor, se encuentra jalonada en la actualidad de múltiples casos de corrupción (cobra hoy plena actualidad el excelente ensayo de Javier Tusell “La Revolución posdemocrática” Ediciones Nobel–1997). La clase política española en su mayoría –a que dudarlo- está compuesta por personas honradas, y predispuestas a propiciar la mejora de la calidad de vida del conjunto de los ciudadanos españoles. Hacer tabla rasa de todos los políticos me parece, aparte de injusto, una autentica barbaridad. Tengo amigos en la política por los que pondría la mano en el fuego antes de dudar de su capacidad y su honradez.

Segunda cuestión: dicho lo anterior no es menos cierto que los casos de corruptelas políticas –en todas sus variantes- empiezan ya a copar de manera alarmante, la mayor parte de informativos y titulares de prensa. Cada día nos desayunamos con un nuevo caso, dentro de la amplia gama que tienen algunos “gestores” públicos de llevárselo calentito y por la cara. Malversación de caudales, cohecho, prevaricación, blanqueo de dinero, desvío de capitales, sobornos, tráfico de influencia……, son algunas de las variantes que utilizan unos pocos para llenarse copiosamente el zurrón, mientras la gente llana las está pasando realmente canutas. Dos cuestiones llaman poderosamente la atención en la ciudadanía: la permisividad y el amparo que encuentran en sus propios partidos y, la poca consistencia que la justicia muestra ante esta partida de ladrones del erario público. Este es un país donde las leyes se “interpretan” más que se aplican y así nos luce el pelo (al que le quede todavía).

Recuerdo con nitidez de mi lejana y corta etapa escolar, que los mapas se dividían en físicos, que eran los que mostraban cordilleras, valles y ríos; y los políticos, que eran los que reflejaban ciudades y pueblos. Pues bien, si hoy sobre un mapa político, clavamos unas chinchetas con las cabezas color marrón sobre aquellos núcleos urbanos –grandes, medianos o pequeños- donde ha habido casos de mangoleta política, aparecería nuestra sufrida Piel de Toro cubierta con una inmensa capa marrón, de un sospechoso y rotundo color mierda. Si por extensión valoramos el importe global de lo sustraído (robado para entendernos) en nuestro país provocarían unas cifras de auténtico vértigo.

Las gentes llanas y sencillas, o sea las que configuramos la inmensa mayoría de la población española tenemos dos cosas meridianamente claras. A saber: que los apropiadores políticos de lo ajeno pasarán una corta temporada entre rejas, y que el botín sustraído les estará esperando integro cuanto retornen a la vida civil. Ejemplos sobre el particular los tenemos para llenar tres veces el Santiago Bernabeu. ¿O no es cierto? Repasen a su alrededor, mediten sobre el particular y ya me dirán si me muevo en el ámbito de la exageración.

¿Hasta cuando podremos soportar este estado de cosas? ¿Quiénes podemos -o pueden- emprender la necesaria y urgente regeneración de la vida democrática española? Sinceramente creo que es tarea de todos el buscar caminos para rearmar a la sociedad civil, y dar respuesta democrática ante este cúmulo de abusos y corruptelas varias. Si asumimos nuestro papel en democracia como meros portadores de una papeleta cada cuatro años mal vamos. Entre la puerta abierta de par en par del optimismo y, la cerrada a cal y canto del pesimismo, debería prevalecer aquella que dejamos entreabierta a la luz y la esperanza, y que responde al nombre de: realismo.


Hace pocos días se celebraron en Francia elecciones regionales. Se produjo un 55 por ciento de abstenciones y un 12 votó al partido de Le Pen, una formación de extrema derecha. Resumiendo: el 67 por ciento de los posibles votantes se autoexcluyeron del sistema democrático francés. Unos, por hastió y otros por fundamentalismo ultramontano. Esto seguro que acarreará cambios de rumbos a corto plazo en los partidos democráticos y, por ende, en una mejora sustancial en la calidad de la política en Francia. O lo que es lo mismo, se habrá hecho factible la capacidad que tiene la gente para cambiar el rumbo de las cosas. ¿Aprenderemos por estos lares? La verdad es que se me presentan serias dudas sobre el particular. Equipararnos a Francia al día de hoy es cuestión baladí. Ellos están vertebrados como nación (hasta la izquierda más radical se considera francesa hasta las trancas) y no parten de posiciones frentistas. Los políticos corruptos en Francia nunca escapan –aunque pasen décadas- al brazo de la ley, y los ciudadanos son conscientes del imprescindible papel que juegan en la sociedad. Aquí todavía mucha gente tiene como prioridad vital dilucidar si la Esteban se separa o no de su marido, o si nuestra doña Cayetana –a la que tratan tan vilmente esta cohorte de sanguijuelas- al final se volverá a casar. ¡Valiente país!, que diría aquel.

lunes, 12 de abril de 2010

La Ciudad de las contradicciones



La Ciudad de las contradicciones
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo;
que a veces, voy a ver,
y que, a veces, olvido.
El que calla sereno cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.

(Yo no soy yo) – Juan Ramón Jiménez-



Sinceramente, a pesar de los muchos años ya como pertinaz vecino de esta Ciudad de nuestros amores y desvelos, no sabría –si se me pidiera- definirla con un solo adjetivo. Posiblemente su cúmulo de defectos y virtudes sean extensivos a otras ciudades andaluzas, españolas o del mundo mundial. Insisto, sinceramente no se cual ha sido –y es- su talón de Aquiles. También es bien cierto que por estos lares de sombra y luz, se dan algunas peculiaridades que la hacen distinta, y la mantienen distante ante cualquier atisbo serio de racionalizar su pasado y su presente. En pocos sitios se dan la mano de manera tan persistente la historia y la leyenda. Aquí, donde no pocas veces, el rumor maldiciente se intenta elevar a la categoría de verdad absoluta. Aquí, donde se intenta –y se intentó en el pasado- considerar a la Ciudad como patrimonio adquirido por unos pocos a través de dudosos títulos de sevillanía, sustrayendo al resto la posibilidad de sentirse también parte activa de la misma. Creo por tanto con total sinceridad, que no erramos en exceso si llegamos a la conclusión de que vivimos –en lo bueno y en lo malo- en la Ciudad de las contradicciones. Nunca una Ciudad tuvo tan acérrimos defensores y, nunca una Ciudad fue tan vilmente atacada en el epicentro de sus emociones.
Así lo determina claramente un somero repaso por su historia. Así lo establece su más que desosegado presente y su incierto futuro. Así lo atestigua su pasado con el mal trato que casi siempre recibieron sus hijos más preclaros. Aquí convivieron durante un periodo –aunque es verdad que a duras penas- las tres religiones monoteístas y, también alcanzó su apogeo la Santa Inquisición, ejerciendo su feroz represión en el Castillo de San Jorge. Carros portando condenados, confesos a través de durísimas torturas, por haber cometido el grave delito de pensar. Conducidos a la Plaza de San Francisco para celebrar multitudinarios “juicios” en busca de la “verdad” y la salvaguarda de la religión católica. ¿Tolerancia religiosa en Sevilla? La misma que de manera ignominiosa fue cubierta con la sangre de muchos inocentes ante el jolgorio de la plebe.
Ciudad donde el barroco alcanzó una de sus cotas más altas, y donde la vanguardia artística de los 70 y los 80 se manifestó de la manera más rotunda. Ahí estaba doña Juana de Aizpuru como excelsa vanguardista del galerismo más exquisito. Pero, ¿quién se acuerda de ella en la actualidad? Tierra donde germinó lo más granado de la copla y el flamenco, y donde el rock andaluz se adueñó de las mentes más inquietas de la juventud española. Doña Juana Reina y los Smash unidos por el Arco de la Macarena y el Puente de Triana. Una, madrina de calle Parras, y los otros, atados a su rítmico Garrotín electrónico por la calle Betis. La Niña de Fuego con sones caracoleros de bodega de cante y vino jerezano, y los Hijos del Agobio escuchando a Jesús de la Rosa sentados en la Plaza de Doña Elvira.
Aquí, precisamente aquí, donde un Queipo de Llano, que venía rebotado de todos los frentes ideológicos, encandila a la gente a través de las ondas, y donde un muchacho de Bellavista, asalta democráticamente el Congreso socialista de Suresnes para iniciar su camino al poder. Tierra de nazarenos penitentes agnósticos y de ateos con un fuerte componente espiritual. Siempre andamos diluyendo lo mejor que habita en nosotros –la individualidad- en armazones sociales, políticos, culturales, religiosos o deportivos. Renunciamos de manera permanente a aquel que habita en nuestro interior, y desde donde mejor podemos proyectarnos hacia los demás. Lo importante es formar parte de la tribu. Ya están el partido, nuestra hermandad o el equipo de nuestros amores para soterrar nuestra capacidad para discernir de motu propio.

Tierra, con honrosas y cortas excepciones, siempre mal gestionada políticamente. De cachorros engendrados por unos padres famosillos que les enseñaron que la Ciudad es de ellos, y pueden hacer en ella lo que les salga de los coj…. De caducos trasnochados y falsos vanguardistas. De “canis” y jóvenes comprometidos con su futuro. De “progres” y “carcas” con posturas sectarias e irreconciliables. Del mucho “miarma” y mucha “puñalá trapera”. Esta Ciudad no deja que la cortejen en grupo sino de manera individual y solitaria. Ella aborrece las “camas redondas”, y no admite más galanteo que el de aquellos que intentan penetrar en su alma por la senda de la luz y la verdad sustancial de las cosas. Por caminos distintos pero con una sola meta: gozarla en su plenitud y defenderla en su actual decadencia. Hacerlo solos pero nunca perdidos ante la duda. Dudar no es perderse, sino que forma parte del noble ejercicio de vivir. Buscar su espíritu bohemio y soñador por sus callejas y plazuelas. Ella siempre supo armonizar sentimientos y tendencias para que nadie creyera que la poseía en exclusiva. Nadie tiene derecho a propiciar a que nos sintamos extraños en el paraíso. Ciudad, esta nuestra, donde las contradicciones decidieron quedarse para la eternidad. Forman parte de la idiosincrasia de la misma. No nos engañemos, Curro Romero y el Betis nunca podrían haber nacido en otra parte. Son la contradicción sevillana elevada a su enésima potencia.

viernes, 9 de abril de 2010

Lunes de San Nicolás



Todos los lunes del año –salvo los que no puedo por fuerzas mayores- acudo a mi particular peregrinación al epicentro de mis sentimientos sevillanos más arraigados: la Iglesia de San Nicolás de Bari. Cubro siempre el mismo trayecto de ida, y suelo hacerlo también con el de la vuelta. Desembocó en la Plaza del Salvador y desde allí enfilo la Cuesta del Rosario, Francos, Pajaritos, Bamberg, pellizco suavemente las esquinas de Argote de Molina y Abades hasta desembocar en Mármoles. Me paro antes las columnas romanas, el enclave urbano más antiguo de Sevilla, y camino pausado por calle Aire, donde rindo pleitesía al poeta Luís Cernuda leyendo –una y mil veces más- su poema “Jardín antiguo”.



Ir de nuevo al jardín cerrado,
que tras los arcos de la tapia,
entre magnolios, limoneros,
guarda el encanto de las aguas.

Oír de nuevo en el silencio,
vivo de trinos y de hojas,
el susurro tibio del aire
donde las almas viejas flotan.

Ver otra vez el cielo hondo
a lo lejos, la torre esbelta
tal flor de luz sobre las palmas:
las cosas todas siempre bellas.

Sentir otra vez, como entonces,
la espina aguda del deseo,
mientras la juventud pasada
vuelve. Sueño de un dios sin tiempo.



Después giro a la izquierda buscando Federico Rubio y ya, sin solución de continuidad, aparece ante mis ojos la plaza de Ramón Ybarra, y al fondo a la derecha, la iglesia donde se casaron mis padres, fuimos bautizados mis hermanos y yo, y donde habitan todo el año el Señor de la Salud y la Señora de la Candelaria.

Existe un lunes en el calendario que para mí tiene unas connotaciones especiales. Me refiero al posterior al Domingo de Resurrección. Cuando ya una vieja Semana Santa ha cerrado su cancela sentimental dejándonos atrapados entre la nostalgia y la esperanza.

Entro en el templo ese lunes resacoso y mustio, y allí están todavía instalados en sus tronos callejeros los ilustres habitantes de San Nicolás. Ella con una tenue luz sobre su cara que la hace resplandecer aún más en su hermosura. Bella a rabiar a pesar de estar ya rodeada de flores marchitas y velas rizadas ennegrecidas por el humo. Su belleza podría eclipsar a soles y lunas. Denota en su bello rostro cansancio, mucho cansancio, pero con una guapura que le hizo exclamar a Juncal que era la más bonita de Sevilla.

Él en un monte ya sin claveles se nos muestra desnudo de abalorios pero inmenso en su bondadoso dolor. Pequeño en su ejecución humana, pero portentosamente grande en la divina. Verlo de cerca invita a la misericordia, la reflexión y el sosiego.

Ya, una vez cumplido mi personal ritual de cada lunes en una Ciudad marcada a sangre, amor y luz por sus tradiciones, vuelvo a mi rutina diaria por el camino más corto buscando la Plaza de la Alfalfa. Son momentos y situaciones que te hacen sentirte vivo, y enlazado amorosamente, con aquellos que ya hoy son gratos recuerdos en fotos colores sepia, o nobles náufragos de los avatares de la vida y los años. Cuando damos forma sevillana a un ritual nunca lo hacemos solos. Nos acompañan espiritualmente aquellos que un día, amorosamente de la mano, nos enseñaron los caminos que desembocan en las cosas nobles e imperecederas de la Ciudad.

Hoy, al igual que ayer, la Ciudad se despertó con sus ojos empapados en lágrimas de pena y rabia. El terrible suceso de la noche del Sábado Santo en el Paseo de Colón la tiene sobrecogida. Dos muchachas en la flor de la vida que venían de cerrar su ciclo callejero de amistades y gozos compartidos fueran atropelladas, y sus jóvenes cuerpos yacían esparramados por el suelo como los restos de un naufragio. Allí quedaron inertes ante una Torre del Oro que brilló con lágrimas de madre desconsolada reflejándose en las aguas del Guadalquivir. No entraré en análisis que no me competen hacer. Doctores sociales y jurídicos serán en definitiva los que determinen y evalúen este trágico suceso. Ya he leído algunos artículos en prensa con lo de siempre. No me apetece volver a insistir sobre la sempiterna teoría de culpar a la sociedad en su conjunto de este estado de cosas. Los ciudadanos de este sufrido país que nos vertebramos como abuelos, padres, novios, esposos, hijos, amigos y nietos solo pretendemos que veamos caminar de una vez lo justo y lo legal cogidos de la mano. Yo está mañana de lunes he rezado por estas dos muchachas en San Nicolás, y lamento mi egoísmo espiritual, pero con ellas finiquito mis rezos por esta tragedia. El pueblo –siempre acorde con su sabiduría- creó un lema que decía –y dice- “todos somos Marta”, ante el crimen y la zozobra que unos desalmados han sumido a esta familia sevillana. Saber distinguir entre quienes padecen las tragedias y quienes las provocan es tan elemental como la vida misma. Mostremos indisolublemente nuestro compasión ante aquellos a los que les han robado miserablemente la paz y el sosiego de por vida.

miércoles, 7 de abril de 2010




Y pasa la vida
igual que pasa la corriente
cuando el río busca el mar;
y yo camino indiferente
donde me quiera llevar (Romero San Juan)



Pasó la Semana Mayor de la Ciudad. Fugazmente, como sucede en la vida con todo lo bueno. Nos dejó, eso si, su pozo de nostalgia y la sensación de que la espera será excesivamente larga. No debemos mostrarnos tristes, aunque si por momentos nos atrapa la melancolía añorando lo vivido, no obviemos que este sentimiento ennoblece nuestra condición de sevillanos. Soñamos con lo que aún no tenemos con la esperanza de que lo bueno esté por llegarnos. Lo que conocemos como “los preámbulos del gozo”. Ante la triste resaca de estos siete días de esplendor, vino y gloria nos quedarán tres cosas fundamentales: nosotros, la Ciudad y el Hijo de Dios y su Bendita Madre en sus recintos sagrados.

Añoraremos la puesta en escena callejera vivida recientemente, la misma que hicieron inundar nuestros sentidos de tradición, fe, sentimiento y arte. En los primeros días se nos hará extraño pasar por calles y plazuelas hoy semivacías, y hace muy poco verdaderas colmenas humanas. Volverán a sonar ruidos molestos que dimanan del tráfico rodado, donde antes se escuchaban los soniquetes de cornetas y tambores. Hoy seremos de nuevo compulsivos viandantes bajo la implacable dictadura del reloj, cuando hace tan poco éramos penitentes pausados, sin más prisa andarina que aquella que nos marcaba nuestro diputado de tramo.

Caminar por Sevilla con tu Hermandad, siguiendo la senda que nos trazó el Mesías y bajo el halo protector de su Bendita Madre, es de las experiencias más hermosas y gratificantes que soñarse pueda. Da tiempo a reflexionar (la gran carencia de nuestra Sociedad en la actualidad). A observar sin ser observado. A diluirte entre los demás cubierto con una túnica, o unidos por el duro y noble soporte de una trabajadera. Las mismas que nos igualan a todos una vez presto el cortejo en la calle. Por unas horas quedan aparcadas riquezas, títulos, condiciones sociales, vanidades y mezquindades. Lo triste es que muchos –quizás demasiados- cuando se quitan –o nos quitamos- el antifaz o guardamos en un cajón nuestro costal, volvemos a recuperar aquello de lo que nos despojamos al amparo de nuestro habito nazareno. Farisaísmo suelen llamar a esto, pero desgraciadamente va unido a nuestra condición humana.

El balance de lo vivido en una Cuaresma que desembocó en la Semana Mayor de la Ciudad, será tan variopinto como personas la configuran. Para algunos –afortunadamente este año muy pocos- habrá sido de gran frustración por haber impedido la lluvia la salida de su Hermandad, o peor aun por contemplarla en la calle a paso de mudá huyendo de las inclemencias del tiempo. La Semana Santa se fragmenta en miles de sensaciones y emociones. Todas personales e intransferibles. Habremos notado sentidas ausencias o gozado nuevas presencias. Seguro que habrán aflorado en nuestros ojos el brillo del gozo o la pena. Es, en definitiva, el ejercicio de vivir dentro del mágico escenario de la primavera sevillana.




Alguien dirá: huele a azahar
y aspirará profundo en tus callejas;
mientras que una enamorada rozará
una flor que en su pecho sabe a queja.

Se escucharán cornetas y tambores
y el rachear de alpargatas costaleras;
se teñirán tus tardes de primores
y llorarán por tus calles lagrimas de cera.




En lo estrictamente personal me ha resultado una Semana Santa de las que no se olvidan en la vida. Vi el Domingo de Ramos emocionarse a mi madre, a sus 97 años, al paso de la Virgen de la Paz por la esquina de la residencia donde pasa su última etapa terrenal. Desde mi atalaya de tarde de Martes Santo en la Cabeza del Rey Don Pedro, vi en el blanco cortejo de mi Hermandad de la Candelaria a mi hija Alicia gozosa con su maternidad recién estrenada.


Me enfundé mi túnica de ruán en el taller de mi entrañable amigo Eduardo, y desde allí –el Campo de los Mártires- me encaminé gozoso hasta la Colegial del Salvador en una esplendida tarde de Jueves Santo sevillano. Siempre al encuentro del Señor de la Pasión y de mi Virgen de la Merced (por cierto unos pocos hermanos, en su legitimo derecho a discrepar, nos privaron de verla radiante con música tras su palio. De todas formas, triste época esta donde se pleitean cosas banales y se obvian las fundamentales). Me estrené hace muchos años en la Candelaria como nazareno-nieto, y este año en Pasión lo hice como nazareno-abuelo. Somos en definitiva eslabones de una cadena de fe, sentimientos y tradiciones. Los mismos que de manera permanente siempre se están cerrando y abriendo. Atan amorosamente a los que se fueron con los que están y con aquellos que vendrán para tomarnos el relevo. Ellos, conseguirán a la postre, que nuestras almas –cuando ya solo seamos retazos de la memoria- continúen vagando por las calles y plazuelas de la Vieja Híspalis.


Por lo demás lo de siempre. Posiblemente se aumenta el exceso en las formas y decrece en el fondo. Nada nuevo bajo el sol. La Semana Santa dentro de sus múltiples lecturas (antropológica, sentimental, tradicional, cultural, espiritual…) también -¡como no!- cuenta con elementos folclóricos que en poco o nada la benefician. Me temo que no podemos hacer gran cosa para desprendernos, como andaluces, de nuestro pernicioso legado de charanga y pandereta. Un tema que me preocupa especialmente por mi condición de estudioso del flamenco, es el ya irreversible deterioro del “nivel” de las saetas en nuestra Semana Mayor. He escuchado “saetas” ante imágenes de las más señeras (sin desmerecer a ninguna) de nuestra Ciudad de autentico juzgado de guardia. Definitivamente los cantaores flamencos han renunciado a cantar al Hijos de Dios y a su Bendita Madre por calles y plazuelas sevillanas. Se extiende la peligrosa “costumbre” de cantar por penitencia y, al final quienes la hacemos somos los que tenemos la mala suerte de caer cerca del “saetero/a”.

En los años 40 y 50 del pasado siglo solo cantaban desde los balcones sevillanos lo más exquisito del Cante flamenco. Hoy hasta las macetas de algún balcón se ruborizan ante lo que escucha en su sevillano territorio. Si la Junta de Andalucía no lo impide, la tradicional saeta sevillana tendrá dentro de poco más paralelismo con la sardana que con el cante por martinete. Tiempo al tiempo.