miércoles, 17 de marzo de 2010

Cuaresma de escalofríos


Cuaresma atípica esta que por momentos se va acercando cada vez más a las puertas de otro Domingo de Ramos. Pronto, muy pronto, la Hermandad de la Paz pasará por la esquina de la calle Brasil –donde mi madre pasa sus últimos días terrenales- buscando la frondosidad del Parque de Maria Luisa. La Borriquita nos anunciará gozosa que trae sobre su lomo al Divino Redentor. Vendrá envuelta en un enjambre maravilloso de ilusiones infantiles, y todo volverá a renacer en una Ciudad que se hará eterna y efímera a la vez. La Amargura desde San Juan de la Palma dictará su sentencia de rigor, dolor y hermosura. Silencio blanco desde la calle Ancha de la Feria. De la Puerta de Carmona nos llegará San Roque como siempre: señorial y plena de sevillanía de antiguos conventos de extramuros de la Ciudad. Todo eso y mucho más nos llegarán en ese ansiado y esperado Domingo de Ramos. Pero: ¿Quién nos ha hurtado esta Cuaresma ahíta de desconsuelo y escalofrío? ¿Quién o que nos ha cambiado la dulce espera por la cruel realidad? Estamos inmersos en la actualidad en una doble vertiente del escalofrió: el del cuerpo y el del alma. Frío en nuestros ateridos cuerpos saturados de aires polares que nos retrotraen a la Castilla profunda. Lluvia y ventisca que nos cambian los aledaños de nuestra Catedral por la de Santiago de Compostela. Días grises en los que, la inclemencia de un tiempo hostil, se adueñan de cuerpos maltrechos y haciendas inundadas. Solo podemos pasar –no pasear- como almas en pena buscando el cobijo de los hogares, mientras miramos inquietos –y nos preguntamos- a través de los visillos de terrazas, balcones y ventanas: ¿Qué ha sido de ti mi primavera? ¿Dónde te tienen secuestrada y cuando serás liberada para regocijo de la sevillanía? ¿Cuándo podrá el azahar dictar su añorada lección de perfume del alma? ¿Cuándo podremos despojarnos de esta investidura invernal que nos atrapa y minimiza nuestro espíritu? Si en Sevilla se ven alterados sus ciclos naturales solo nos queda soñarla en las cuevas hogareñas y allí –en sus capillas- donde el alma se serena.

El otro frío, el otro y desgarrador frío, es el del alma. Comprobar las durísimas imágenes de Haití o de tierras chilenas solo pueden convocarnos a la solidaridad y al desconsuelo. La Tierra en estos pueblos, tan queridos como olvidados, sacudió como un castillo de naipes las casas y las vidas de las gentes. Las mismas que ya estaban instaladas y convivían con la pobreza más extrema. Algunos, en el colmo de la desdicha, perdieron lo único que les quedaba: sus propias vidas.

En Andalucía las nubes altas se ensanchan, ennegrecen y lloran, lloran y lloran. Se inundan las pedanías jerezanas llevando la ruina a sus desfavorecidos moradores. Los ríos andaluces no bajan ya de la nieve al trigo, sino directamente hasta los salones y las cocinas de las personas.

“No podíamos prever esta enorme cantidad de lluvia”, nos dicen los que mandan en la tierra de la blanca y verde. “Queden tranquilos los afectados que nos ocuparemos de todo”, continúan. Luego por poco que nos preocupemos por informarnos, nos enteramos que había infinidad de puntos negros denunciados por lo ecologistas y totalmente ignorados. No se limpian –cuando procede- riachuelos y arroyos secos. Se desembalsó agua de un pantano –el de Melonares- que a falta de la instalación de unas conducciones no esta todavía operativo al día de la fecha. Se permite la edificación de casas y urbanizaciones en zonas altamente peligrosas. Poco importa que para eso vivimos en Andalucía la tierra donde nadie se responsabiliza de nada.

Rara Cuaresma esta donde los escalofríos se adueñan de nosotros. Ateridos por dentro y por fuera, no podemos –ni debemos- entreternos en florituras literarias cuaresmales –otras veces tan necesarias- que nos distraigan de intentar, dentro de nuestras posibilidades, mostrarnos solidarios y sensibles ante tanto dolor ajeno. Tiempo habrá de hablar de los preámbulos del gozo; de los balcones del cielo; de tradiciones recuperadas y del renacer de los ausentes. Todo inmerso en las verdades de una Ciudad que cada Semana Santa se reinventa a sí misma. Pero se palpa en la calle –el verdadero termómetro de la Ciudad- estos días que la Cuaresma esta revestida, anticipadamente, con una túnica de ruán que lleva un nazareno de pies descalzos. En silencio, sin más música que aquella que le devuelva el sosiego, a una familia a la que unos canallas sin escrúpulos han instalado permanentemente en la pena y la zozobra. Estos sembradores del mal juegan con nosotros y nuestras leyes de la manera más cruel y canallesca. Se sienten fuertes en su crueldad porque nos saben frágiles en nuestra justa respuesta. Cuaresma de escalofrío pues, donde los cuerpos ateridos y las almas heladas, caminan sin solución de continuidad al encuentro del Hijo de Dios y su Bendita Madre por las calles sevillanas.

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