viernes, 15 de enero de 2010

El alma se serena.


El tiempo real se compone de minutos, horas, días, meses…… El tiempo vivencial está compuesto de momentos. Una suma de numerosos momentos que nos llegaron anárquica pero puntualmente. Lo afectivo, lo sentimental, lo espiritual, lo cultural, la vida de cada uno en definitiva es un compendio de buenos y malos momentos. Un momento fue el nacer a la vida y un momento será cuando solo seamos retazos de la memoria. Un momento para el primer amor de adolescente y un momento para el primer gran desengaño amoroso. Un momento para cerrar un libro, terminar una película, ver una obra de teatro o contemplar una exposición que nos hizo crecer en nuestro interior. Un momento fue cuando un médico nos comentó que habíamos estrenado orfandad y otro nos dijo que ya formabamos parte del clan de los padres o los abuelos. Fue tan solo un momento cuando un árbitro dio el pitido final al partido que hizo conquistar un titulo al equipo de nuestros amores. Momentos que sumados configuran toda una existencia. El Alzheimer es terrible porque no solo les roba la memoria a las personas que lo padecen, sino lo que es peor, les va robando poco a poco los momentos pasados, los presentes y los futuros. Les deja tan solo el Tiempo real: el de los minutos, las horas y los días. Vacios de contenido y de vivencias asumidas. Ya no eres tú quien manda sobre ti, ahora desgraciadamente lo hace el reloj de tu muñeca.

Este necesario preámbulo viene al caso para adentrarme en el mágico mundo de los conventos de clausura. Aquí no existe el tiempo real ni el vivencial. Simplemente el tiempo se detiene en un remanso de paz, oración y sacrificio. Desde niño me apasionaron estos recintos de reflexión espiritual por ser un mundo oculto y misterioso. Nací y me crie en un entorno plagado de ellos. Cuando pasaba cerca me estremecían los susurrados rezos que escuchaba al fondo. Tornos donde iba por dulces que me encargaba mi abuela y donde era de obligado respeto el Ave María Purisima. Campanitas en la entrada que sonaban cuando suavemente zamarreabas una cadena. Un olor a limpio y a caoba que te impregnaban los sentidos. ¿Había algo más blanco que el delantal de una monja?. Hagan memoria.

Siempre marqué una linea radical entre el mundo de las monjas y el de los sacerdotes. Dado que mi tío, don Antonio Franco, era Rector del Seminario de Sevilla, tuve ocasión de niño de acudir al mismo con frecuencia y tratar a algunos seminaristas. Compartíamos partidos de futbol, charlas, vivencias y su mundo no era tan hermético ni tenía nada que ver con el de las novicias. Ellas se preparaban para dedicar sus vidas al rezo, la contemplación, las faenas en la huerta, la prepararación de dulces celestiales, o cuidar enfermos y ancianos. Llevar a la práctica en definitiva, hasta las últimas consecuencias, la doctrina del Mesías. Los sacerdotes ocupaban –y ocupan- en algunos casos cargos de reponsabilidad (politica, educativa y social) y su función espiritual era –y es- más abierta hacia el exterior.

El de las monjas y sacerdotes son mundos divergentes, aunque en teoría persiguen una misma finalidad: impartir y desarrollar la doctrina del Cristo Redentor. Evindetemente teorizamos sobre conceptos y no sobre personas individuales. Individualmente los habrá de distintos compartamiento y actitudes. Las monjas viven tan dentro de sí que no tienen posibilidades ni de hacer daño siquiera, más bien todo lo contrario. No conocen el poder ni la pompa y por tanto no la añoran. Viven inmersas en su mundo interior y tan solo lo abandonan para ayudar desinteresadamente a los más desfavorecidos.

Hace muy pocos días, concretamente el día 22 de Diciembre, mientras los niños de San Ildefonso lograban que un puñado de españoles escapara de la crisis, arribo con un amigo de sentires en el bello pueblo de Marchena (una auténtica joya arquitectónica y cultural. De obligada visita para muchos sevillanos que desconocen las grandes sorpresas que nos deparan los pueblos de la Provincia. Para mayor gloria aquí vió su primera luz el Maestro de Maestros del Cante, don José Tejada Martín, el “Niño de Marchena”). Venimos a realizar una gestión con las monjas clarisas del Convento de la Purísima Concepción (Santa María). Que dicho sea de paso fue fundado en esta bella ciudad el 4 de mayo de 1624 a instancia de Sor María de la Antigua, bajo el mecenazgo de los Duques de Arcos. Dejamos el coche en una bella plaza rectangular de corte dieciochesco y nos dirigimos por la calle del Palacio Ducal hacia las puertas del convento. Subimos salvando una pequeña cuesta y un empedredado de chinas lavables. Camino que resulta poco propicio para los tacones de aguja, pero donde necesariamente hay que caminar lentamente. En este mágico entorno ¿prisas para qué?.

En la entrada nos atiende amablemente una señora que hace las veces de portera y vendedora de dulces conventuales. Nos introduce en una austera pero hermosa habitación que esta separada por una celosía metálica. En nuestro lado hay una mesa de camilla rectangular con los faldones grana y su correspondiente brasero, el cual nos enciende para combatir el duro frío mañanero. Aparecen detrás de la celosía dos monjas con una dulzura extraordinaria y un trato exquisito. Una, la Madre Superiora, Sor Inmaculada, es de avanzada edad. Tiene el cuerpo encorvado por los años y el ofrecerse con cariño y devoción a sus tareas cotidianas. Parece salida de un cuadro de Zurbarán. La otra monja es una joven africana tan alta como las palmeras de Tanzania. Lista como el hambre que acompaña secularmente desde siempre a los de su raza. Venimos a concretar el poder gestionarles comercialmente una obra musical que grabaron el año pasado (“Clarisas en el Portal”) y que a la postre ha sido una de las grandes sorpresas musicales de las pasadas navidades.

El convento lo conforman veinte monjas clarisas de cinco nacionalidades (España, Kenia, Uganda, Tanzania y Madagascar). En el coro figuran dieciocho y cantan en varios idiomas: español, latín, inglés y suahilí. Quedamos impresionados por la lucidez de estas dos monjas. Tan distintas en apariencia pero con una compenetración que nos deja totalmente sorprendidos. Quedamos en vernos mas adelante. No entienden (y hacen bien) de prisas comerciales.

Después nos enseña Sor Inmaculada, la única parte visitable del convento. Concretamente la capilla y sus aledaños que es donde ensaya el Coro. Quedamos impresionados por la belleza que se nos ofrece ante nuestros ojos y con el espíritu palpitando de emoción. Nos vamos reconfortados y sabedores de haber estado momentáneamente en un espacio donde el tiempo es intemporal. Nos anima la hermana a que las visitemos con frecuencia (incluso podemos hospedarnos alli). Le damos cariñosamente las gracias y le pedimos que rece por nosotros ante el que nacerá en estos días. Que somos pobres pecadores mortales. Bebemos vino de vez en cuando. Escondemos nuestras verdades más veces de la cuenta y para colmo ¡hasta nos gustan las mujeres!. Intentamos la mayoría de las veces ser políticamente correctos y así nos va.

Lo dicho. Tiempo real y tiempo vivencial. Momentos donde poder atrapar nuestro espíritu tantas veces volando con la cometa de lo efímero y superficial. Buscarnos allí donde anida la verdad y conseguir de vez en cuando que el alma se serene.

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