viernes, 30 de octubre de 2009

Don Gabriel.



Así era conocido por todo el entorno de la antigua judería sevillana con epicentro en San Bartolomé. O mas bien como como “dongabrié”. Se llamaba Gabriel Valero Rey. Era un médico natural de Carmona y que desarrolló su noble oficio en la zona antes mencionada durante un “porrón de años”. Primero tuvo consulta en la calle Conde de Ybarra (Condibarra en el argot popular) y posteriormente en la calle Cespedes.

Don Gabriel era un hombre demócrata, pacífico y tolerante con todas las ideas excepto con los fundamentalistas. Fue un republicano converso y confeso por lo que tuvo que pagar (como muchos de su generación) un alto precio. Se marchó de Carmona a Sevilla, pues en aquella época la estrechez mental de los pueblos imposibilitaban el vivir sin que te señalaran como un “bicho raro” por las calles.



Me tienen señalaito
Como pieza de mal paño,
A los hombres no se marcan
Como obejas de rebaño. (Francisco Moreno Galván).



Era un auténtico sabio de la medicina. Mi relación con él fue muy intensa durante mi niñez. Primero por ser mi madre de su mismo pueblo natal y segundo por que fuí un niño al que no le resultó ajena ninguna enfermedad infantil. Fundamentalmente una sinusitis crónica que me traía siempre de cabeza (en este caso de nariz).

A su consulta acudían gentes de toda condición social pues sus remedios (muchas veces caseros) eran determinantes para recuperar la deteriorada salud. Era una especie de Robin Hood de bata blanca. Le cobraba al pudiente y al pobre lo veía gratis y encima le regalaba las medicinas.

A pesar de los años transcurridos recuerdo su consulta con total nitidez. Siempre atiborrada de libros por todas partes (para poder sentarte en alguna silla siempre había que retirar algunos). Tenía un aparato de Rayos X obsoleto a más no poder, donde el enfermo tenía que sujetar los cables por encima de su cabeza, para que él pudiera verle detenidamente. Luego mientras te recetaba procedía a darte una explicación clara y perfectamente entendible de cual era tu dolencia y que podría haberla provocado. Te despedía siempre en la puerta y aprovechaba para desarrollar una de sus grandes debilidades: galantear desde el respeto y la admiración al sexo femenino. Utilizaba términos como….”Adios Mercedita que eres la alegría de la calle”……”Buenas tardes Amparo, que despiste del sacristan de San Bartolomé que se le ha ido la Virgen de la Alegría de paseo”. Despues ya se sinceraba contigo y te decía…”no te imaginas Juanito lo triste que sería el mundo sin las mujeres”.

A pesar de que todavía no se había creado el carril-bici él utilizaba siempre una bicicleta en sus desplazamientos profesionales o personales. Las mañanas de sabados y domingos armaba un cajón lleno de medicinas en el trasportín, se estrechaba los perniles de los pantalones con sendos alfileres de palo, y se marchaba al Vacie a tratar enfermos. En esa época allí se daba una de los focos más grandes de tuberculosis de toda España. Por cierto:…¿Cuándo tienen previsto nuestros políticos erradicar este eterno asentamiento chabolista?.

Dada su condición republicana nunca pudo ejercer la medicina en la Seguridad Social y tuvo que hacerlo a nivel privado. Lo marginaron, como a tantos otros, privando a este sufrido país nuestro de tantos talentos despedigados y lo que es peor: ocultos a través de la marginación.


A don Gabriel no buscarlo en ningun rótulo de una calle sevillana. Tampoco en algún azulejo instalado en las fachadas de las casas donde vivió y ejerció la medicina. Si lo hacéis en el buscador Google tampoco lo encontrareis. Oficialmente nunca existió. ¿Dónde podemos encontrarlo entonces?. Es muy fácil, en la memoria sentimental de los que tuvimos la suerte de conocerlo y tratarlo. Lo hallaréis cada vez que algun antiguo vecino de este mágico entorno pase por Conde de Ybarra buscando la mirada de la Candelaria, o por Cespedes para contagiarse de la dulzura de la Virgen de la Alegría y diga:…”En esta casa vivía dongabrié”….!que gran médico y que gran persona!. Ahí aparecerá él de nuevo en la puerta con su bata blanca y su amplia sonrisa bonachona, y a no dudar que piropeará a alguna mocita costurera que cantando “Madrina” camina garbosa hacia el taller.

Don Gabriel Valero Rey, Médico del Pueblo de Sevilla por los siglos de los siglos.

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