jueves, 9 de julio de 2009

La Caridad (en Sevilla) tiene nombre de mujer

Madre Angelita. Sor Ángela. Santa Ángela de la Cruz. En definitiva una sevillana nacida el 30 de enero de 1846 en el número 5 de la Plaza de Santa Lucía. Bautizada un 2 de febrero del mismo año en la Iglesia del mismo nombre. Perteneciente a una saga de catorce hermanos, donde debido a los estragos de las enfermedades infantiles de la época, solo alcanzaron la madurez seis de ellos. Sus padres trabajaban al servicio del cercano Convento de Frailes Trinitarios. Él padre como cocinero y la madre como costurera y lavandera. Su infancia y juventud transcurren inmersas en una Sevilla con enormes desigualdades sociales. Los pobres lo eran de solemnidad y los ricos: ricos de una manera insultante. Una vez que tuvo claro cual era su misión entre los humanos y más concretamente entre los pobres y desfavorecidos, le plantea a su confesor don José Torres Padilla su deseo de meterse a monja (contaba con 19 años de edad). Al principio encuentra una fuerte resistencia, pues su aspecto excesivamente frágil hacia presagiar que sus fuerzas no estarían a la altura de tan dura tarea. Pero no contaban naturalmente que no existe mayor fuerza que la de la Fe. Empieza entonces para ella un largo y duro caminar, que a la postre terminaría con su proclamación de Santa por la Iglesia oficial, y la de Madre Eterna de los más necesitados por todo el pueblo de Sevilla. En 1865 se produce una terrible epidemia de cólera en Sevilla y Angelita Guerrero (todavía no había tomado los hábitos) desarrolla una encomiable labor humanitaria en corrales de vecinos y lugares de mayor pobreza y miseria. Allí donde la citada epidemia hizo verdaderos estragos. En 1868 entra como postulante de las Hijas de la Caridad del Hospital Central de Sevilla. Pero se daba la curiosa circunstancia de que era una monja sin convento. Todo motivado por la debilidad y fragilidad que presentaba su aspecto. Definitivamente un 17 de enero de 1875 decide dar el beneficioso paso para Sevilla de fundar su propia Congregación. Junto a dos compañeras, una de extracción humilde y la otra perteneciente a las clases más pudientes de la Ciudad, alquilan un cuarto en el número 13 de la calle San Luis. Posteriormente se trasladan al 8 de la calle Hombre de Piedra, donde de manera espontánea –y ya para siempre- sus compañeras se dirigen a ella llamándola Madre. Su crecimiento es imparable en la Ciudad y se consolida en 1876 cuando se produce en Sevilla una tremenda epidemia de viruela. A partir de ese momento implanta –por considerarlo más efectivo- la salida de las monjas en pareja para atender a los enfermos y necesitados. Ese mismo año el Cardenal Spínola bendice su obra. El traslado definitivo de las ya conocidas y queridas en toda Sevilla como las Hermanitas de los Pobres a la calle Alcázares (hoy Santa Ángela de la Cruz) se produce un 3 de diciembre de 1887. Desde entonces se cimenta una estrecha relación de mutuo afecto entre ellas y la Ciudad. Posiblemente un caso excepcional en toda la Historia de Sevilla. Son respetadas y admiradas desde todos los estamentos sociales o políticos, dándose la circunstancia que durante el mandato como alcalde (republicano) de don José González y Fernández de la Bandera (1931-1934), se decidió rotular a la calle Alcázares con el nombre de Sor Ángela de la Cruz.

Posteriormente tras su muerte ocurrida un 2 de marzo de 1932 se declararon en el Ayuntamiento tres dias de luto oficial por tan sentida pérdida. Entonces ser republicano (que por cierto, de verdad había muy pocos) era otra cosa. Hoy todo consiste en poner visible una bandera republicana en una ventana del Ayuntamiento para provocar a la “derechona”. ¡Pobre Historia de España cuantos desmanes se cometen en tu nombre!.

Esta breve sintesis histórica de Madre Angelita termina cuando Juan Pablo II la beatifica en Sevilla un 5 de noviembre de 1982, y posteriormente cuando la eleva a los altares de la Santidad el 4 de mayo del 2003.

Su inmensa obra le precede. Hoy las Hermanitas de la Cruz están instaladas en distintos puntos andaluces y españoles. Siempre cumpliendo con la máxima norma que les marcó su fundadora: ayudar a los mas necesitados y desfovorecidos sin más recompensa que sentirse atadas a la Cruz del Redentor. Sigue resultando conmovedor verlas andar en parejas y con la complicidad del silencio y la fe. Con sus espartanos habitos marrones . Sus cingulos a la derecha, trenzados con la soga del cubo donde se extrae del pozo de la caridad el agua de la esperanza. Sus rosarios de madera a la izquierda que las ata amorosa y espiritualmente a Jesús de Nazaret. Sus alpargatas de esparto que recuerdan el acompasado rachear de los costaleros de la Amargura. Sus tocados. Las monjas lo llevan negros como la noche de los tiempos que ellas se encargan de clarear, y blancos las novicias que simbolizan la pureza entregada a la noble causa de servir a los necesitados. Portan grandes bolsas negras de cuero donde llevar algo con que paliar las desventuras, enfermedades y tragedias de los humanos. Los pobres de esta Ciudad saben que cerca de la Encarnación hay un Convento, donde sólo basta tirar de una cadena en la entrada para aparcar el hambre por unas horas. Los humanos –a traves de nuestros políticos- hablamos de manera monocorde y vacia de implantar la Justicia. Bla,bla,bla…… Ellas –las Hermanitas de la Cruz- hablan el lenguaje de la solidaridad cristiana a través de la caridad y el sacrificio.

A nosotros se nos va la fuerza por la boca y a ellas por las manos y el corazón. ¡Dios las bendiga!.

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